martes, 18 de agosto de 2015

Salir de Maduro para salvar todos a nuestras familias Jesús Petit da Costa



Es urgente salir de Maduro para que se queden en el país los 7,5 millones de venezolanos buenos que se quieren ir y regresen los 2,5 millones que ya se fueron, la mayor diáspora de América Latina, una verdadera tragedia porque implica separación de padres e hijos y la disgregación de la familia.

Jesús Petit da CostaEn los años 40-50 y hasta los 60 del siglo pasado Venezuela fue un país de inmigración masiva. Llegaron centenares de miles de europeos: portugueses, españoles e italianos principalmente, que huían de sus naciones empobrecidas por la guerra. Aquí hicieron fortuna trabajando duro y formaron familia cruzándose con los criollos. Fueron factores importantes en la prosperidad del país y en la fama de sus mujeres, ya que hijas de estos inmigrantes destacaron como reinas de belleza.
En los años 60-70 vino la segunda ola inmigratoria. Entonces llegaron argentinos, uruguayos y chilenos. Venían huyendo de las dictaduras militares. En su mayoría eran universitarios. Se les acogió e incorporó a la sociedad venezolana, asignándoseles asesorías del gobierno y cátedras en universidades y liceos.
En los años 70-80 vino la tercera ola inmigratoria. Atraídos por el boom petrolero, llegaron centenares de miles de trabajadores andinos: colombianos, ecuatorianos, peruanos y bolivianos, que huían de la pobreza y de la guerra civil. Aquí consiguieron trabajo y sobre todo paz y seguridad. Se integraron de tal modo que sus hijos son profundamente venezolanos.
Todos esos inmigrantes fueron atraídos por una Venezuela de economía próspera, con moneda dura y estabilidad de precios, donde había paz y seguridad, con democracia y justicia y sobre todo con oportunidades y futuro para todos, especialmente los jóvenes. Era la época en que Venezuela tenía la imagen de un paraíso, admirado y envidiado por los extranjeros. Pero los venezolanos no lo veíamos así. Entonces nos sucedió lo mismo a Eva y Adán en el Edén. El pueblo cayó en la tentación de probar la manzana del comunismo, envuelta en papel de regalo, que le ofreció el difunto, mandado por el demonio llamado Fidel. Entonces fue echado del paraíso y enviado al infierno en el que estamos viviendo desde hace quince años. Convertido el paraíso en infierno, copia fiel y exacta de Cuba, cambió la corriente migratoria. Ya no viene nadie para acá. Y como únicamente a los malos, a los comunistas y a los malandros, les gusta el infierno, los buenos empezaron a irse. Primero se fueron unos pocos a los que se le agregaron después muchos hasta completar una emigración de más de dos millones de venezolanos. Una verdadera diáspora. Tanto o más que los judíos en la segunda guerra mundial. Más que los cubanos que huyeron de la tiranía comunista.
Hasta ahora a muchos, de los que todavía estamos aquí, los detenía la esperanza de que se acabara el infierno pronto, aceptando que tengamos pagar penitencia pasando por el purgatorio de la transición para poder regresar al paraíso. Pero han perdido la fe de que suceda porque ya no creen en el canto de sirena de los colaboracionistas que todos los años le dicen: “vamos a ganar la próxima elección”, “segurito que la ganamos”. Se han dado cuenta del engaño. La desesperanza se viene apoderando del alma de los venezolanos. Lo dicen las encuestas. Uno de cada cuatro se quiere ir, a cualquier parte con tal de salir de este infierno. Son 7,5 millones de personas, que si los dejamos ir, haría que llegaran a 10 millones de emigrantes venezolanos. La más grande diáspora latinoamericana. Una diáspora que comenzó por los universitarios que no ven futuro, a quienes se han sumado trabajadores calificados y no-calificados. Gente de todas las condiciones y de todos los oficios. Es una verdadera hemorragia de recursos humanos. Y pensar que su remedio es sencillo: echar a Maduro para que se queden los buenos que quieren irse y regresen los que ya se fueron. Salir de Maduro no sólo nos salva de la hecatombe económico-social que se nos viene encima. Nos salva también de la tragedia familiar: la separación de padres e hijos, de abuelos y nietos, de tíos y sobrinos, de hermanos, la desintegración de la familia dispersa por el mundo.
Estimado lector: si sigue Maduro usted pierde a su familia, porque se irán uno tras otro. Usted se irá quedando solo en este infierno de país. Su alternativa es sencilla: echar a Maduro o perder la familia, sin garantía de que usted mismo sobreviva a la hecatombe.

Anotaciones sobre Chávez




Anotaciones sobre Chávez: primera parte


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La absoluta orfandad de un proyecto estratégico para resolver la crisis orgánica que desangra a Venezuela y enfrentar el futuro, tanto del régimen en agonía como de la fracturada oposición a la deriva, induce a una serie de interrogantes, a cual más preocupantes. ¿Se ha autonomizado la dinámica del llamado proceso y sigue cuesta abajo sin aparentes frenos, remedios y/o alternativas? ¿Ha perdido racionalidad, si alguna vez la tuvo? ¿Se han desencajado los resortes que vinculaban a representantes y representados, dividiendo cauces entre partidos y dirigencias, por un lado, y sociedad civil y ciudadanía, por la otra? ¿Cuáles son los objetivos de las individualidades, grupos y partidos que manejan la cosa pública venezolana? ¿Cuáles sus diferencias antinómicas? ¿Es posible hacer política sin motivos, propósitos y objetivos comunes? ¿Quién o quiénes serán los sujetos protagónicos de la liberación? ¿Culmina la aventura ideológica, “narrativa” de Hugo Chávez en la devastación final de Venezuela?

Para emplear como interrogantes histórico trascendentales dos categorías básicas de uno de los grandes historiadores norteamericanos, John Lukacs, ¿cuáles son los motivos, cuáles los propósitos de los factores que controlan el gobierno, manejan la totalidad de las instituciones, disfrutan de la renta petrolera y debieran tener como primera misión evitar que el país estalle en pedazos? ¿O buscan, precisamente, que estalle en pedazos? ¿Cuáles los motivos y propósitos de quienes los adversan? ¿Esperar a que estalle? ¿Existen fuerzas sociales suficientemente auto conscientes como para impedir la devastación final de Venezuela, último recurso del castromadurismo? Si así fuera, ¿encuentran representación en algunos de los partidos existentes? Son preguntas que urgen por respuestas.

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Los motivos de Hugo Chávez y todos cuantos lo siguieron en su aventura golpista estuvieron suficientemente claros desde que comenzara a montar su secta conspirativa entre sus compañeros de armas: asaltar el Poder. Poco importan las razones: ambicionó el poder total nada más tener mando sobre hombres armados y comprender que, disponiendo de las armas de la República, lograrlo era tan fácil como montar la conspiración, mover sus peones y caerle a saco a un establecimiento podrido en sus entrañas que parecía dispuesto a entregarse maniatado y con los ojos vendados a la visita del Mesías verde olivo.

Provisto, como todo los caudillos natos, de un olfato propio de hienas como para percibir la descomposición de sus potenciales víctimas. Comenzando por la descomposición de las propias fuerzas armadas, carentes de toda cohesión y verdadera disciplina interior, de toda grandeza institucional y de todo auténtico compromiso con el Estado de Derecho. Carentes incluso de los mecanismos de control interno como para conocer, impedir y proceder contra quienes amenazaran con romper sus obligaciones y sagrados compromisos constitucionales y atentar contra el Estado de Derecho.

Equilibrándose siempre entre el poder sociopolítico representativo y hegemónico del Estado – la civilidad - y sus propias ambiciones de poder. Una relación siempre frágil y precaria, resuelta circunstancialmente con dádivas y sinecuras para con la alta oficialidad de una institución fundamental para garantizar la estabilidad del sistema contra sus enemigos internos y el blindaje frente a las tentaciones territoriales de sus vecinos. Por lo menos en la letra constitucional. En la realidad, un nido de ambiciones espurias nunca domeñado del todo y siempre consentido con las sinecuras con que el establecimiento civil pretendía ganarse su adhesión.

Las fuerzas armadas han sido desde el 23 de enero de 1958 el convidado de piedra de la democracia. El golpe de Estado fue la sombra permanente que medió en las relaciones entre la civilidad política y el estamento uniformado desde la muerte de Gómez y la autonomización de los ejércitos. Se cuentan con los dedos de una mano los años absolutamente libres de tutelas, amenazas, pesados influjos o conspiraciones, desde el 18 de octubre de 1945. Esas fuerzas internas nunca conjuradas fueron acumulándose hasta explotar el 4F. Traicionando el esfuerzo bicentenario de la civilidad. Jamás plena, jamás en poder de la supremacía, jamás verdaderamente hegemónica. Fue la herencia de Bolívar: echar al mundo un país de soldados y montoneros. Fue la derrota del sueño de Miranda: un país de civiles. Sin bochinches.

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De modo que Hugo Chávez actuó desde un comienzo sin mayores vacilaciones ni angustias: nada más recibir el espadín supo como en una revelación iniciática que ni su acción conspirativa ni los efectos de un eventual fracaso encontrarían sanción alguna. De hecho, aún filtrándose hasta las máximas autoridades de las fuerzas armadas y del alto gobierno el devaneo conspirativo de él y los suyos, fueron dejados en absoluta libertad de movimientos. Estuvo rodeado por la complicidad desde que se convirtió en un oficial de la República. Él y los suyos actuaron en la absoluta impunidad, a plena luz del día y con una decisión sólo limitada, a la hora de las definiciones propiamente militares, por su coraje o su cobardía. Primando la cobardía y contando con la complicidad de su institución y la de todos los otros componentes del Estado. El único imponderable: que a la hora del golpe prometido y encargado del asalto al Palacio de Gobierno, tarea de su única y exclusiva responsabilidad, una bala se atravesara en su camino. Como sucediera con Ezequiel Zamora, su inspirado modelo. Único temor del caudillo que ansía el poder total, según Carl Schmitt: el miedo al dolor y la muerte física.

Antes que consumar esa tarea y mientras los otros tres comandantes golpistas – los tenientes coroneles comandantes Francisco Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos y Jesús Urdaneta Hernández - las culminaban con éxito tomando el control de sus objetivos políticos y militares en Zulia, Aragua y Valencia, prefirió no correr el riesgo de una herida o la muerte esperando por el desenlace de los acontecimientos a suficiente distancia del centro de los acontecimientos: el Palacio de Miraflores. Se retiró al Museo Militar desde donde siguió la actuación de sus subordinados, que estuvieron a un tris de asesinar al presidente de la República. Y dio por cancelada la operación global asumiendo la responsabilidad por lo acontecido y postergando la definición estratégica “por ahora”. Si no era él el beneficiario del golpe, que no lo fuera nadie. Lo hizo una vez asegurado por el ministro de defensa, Fernando Ochoa Antich, que su vida estaba a salvo y no encontraría obstáculos en la prosecución de sus objetivos políticos.

Lejos de esperar un castigo y arriesgar su vida, sabía que los cadáveres y la destrucción que dejara en su camino, en lugar de encerrarlo de por vida y castigarlo eventualmente con la pena máxima prescrita a tal efecto, lo elevarían al estrellato de la popularidad de un país carente de sentido del orden y de justicia. Y le dejarían el Poder absoluto en bandeja de plata. Era como atracar a un inválido. Uno de sus compañeros de promoción, el comandante Luis Pineda Castellanos describiría el slalom del golpismo cuartelero de los futuros responsables del golpe con punzantes observaciones respecto del dudoso comportamiento que cabía esperar de las máximas autoridades castrenses ante la eventualidad de un golpe de Estado: Hugo Chávez “finalizaría su carrera como militar comandando el Batallón de Paracaidistas ‘Antonio Nicolás Briceño’ en el Cuartel Páez, gracias a la ayuda de Ochoa Antich, porque como habían sido descubiertos y sancionados mandándolos a sitios remotos, le asignaron un cargo administrativo y Ochoa lo hizo comandante de un batallón élite, al igual que a Urdaneta y a Ortiz Contreras. O sea: pongo las vainas en orden: Ochoa puso de comandantes de batallones élites, armados, a tres conspiradores… ¿Estaba o no en la jugada? ¿Creía que Hugo daría un golpe para que Ochoa se encaramara?”[1]

@sangarccs
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[1] Así paga el diablo, Berenice Gómez sobre confesiones del comandante Luis Pineda Castellanos. Versión de la web. Pág. 37. 


viernes, 14 de agosto de 2015

La última orden: arrasar con todo Antonio Sánchez García

Resultado de imagen de Antonio Sánchez García Suena a locura inimaginable, apocalíptica, como de ciencia ficción, pero sucedió. Las dos ideas fijas de Adolfo Hitler fueron suicidarse si no ganaba la Segunda Guerra Mundial, su guerra – lo hizo cuando la vio perdida – y ordenar que sus ejércitos arrasaran con Alemania, su Alemania. Fue su último decreto antes de volarse la cabeza.

No fueron ideas brotadas del hundimiento del Tercer Reich. Con el suicidio ya había amenazado inmediatamente después de fracasar con el Putsch de la cervecería de Múnich en noviembre de 1923. Su amenaza de arrasar con los alemanes si no estaban a la altura de sus delirios la confesó sin inmutarse en una conversación con dos cancilleres de países amigos en 1940. Ese camino hacia el holocausto, su propia destrucción y la de Alemania lo inició sin que le temblara el pulso al comprobar que no conquistaría Rusia declarándole la guerra a los Estados Unidos. Algo incomprensible – librar una guerra imposible en dos frentes – sin considerar sus impulsos tanáticos, suicidas, auto destructivos.

No lo cuento por azar. Lo cuento como antecedente de los delirios de Fidel Castro, de cuyas consecuencias somos víctimas todos nosotros, los venezolanos. Fiel y consecuente discípulo de Hitler, Castro amenazó con hundir su isla y llevarse consigo a los Estados Unidos al infierno si le obstruían su camino a la gloria, para lo cual convenció a los soviéticos de proveerlo de misiles provistos de ojivas nucleares. Y si no hubieran mediado Kennedy y Kruschev, en 1962 hubiéramos vivido el aterradorblow up del hongo nuclear sobre el Caribe.

Asombra la cortedad de juicio de quienes, teniendo en sus manos el manejo de esta gravísima crisis de parte opositora, se niegan a comprender que Maduro, Cabello, El Aissami y los talibanes que los secundan no tienen otro proyecto estratégico que arrasar con Venezuela. La idea fija de Fidel Castro desde que Betancourt le diera con un portazo en las narices y sus mejores comandantes salieran con la cola entre las piernas aventados de territorio nacional por soldados patriotas, de esos que desaparecieron de nuestros ejércitos en el turbión del caracazo y la crisis política de los años noventa.

Sólo un necio puede negarse a comprender que la revolución se murió, si es que no nació muerta. Que Chávez se ofrendó en el altar del castrismo, al que le entregara su vida y le traspasara nuestra soberanía. Que el único motor que le ha dado vida a esta cruel insensatez ha sido la renta petrolera, y que esa renta ya no alcanza ni siquiera para alimentar a un pueblo desesperado y fracturado por una crisis congénita. Que lo que había que robar, se lo robaron. Y que puesto que no hay futuro, la única política visible es la hitleriana: arrasar con todo. No dejarle a la inevitable democracia ni los rastrojos. Y cuando huyan ante la furia del despertar, querrán cumplir la última orden de Fidel: arrasar con todo.

Todo lo que contribuya a mantener en pie la ficción sirve objetivamente a la devastación de Venezuela. A estas alturas el problema no es impedir que terminen por devastarla. Es hacerles pagar el crimen de haberla devastado. Temo que ninguno de los administradores de la llamada oposición lo entienda. Temo incluso que más de uno sea cómplice de la devastación. No sé quién es más criminal: si quien devastó a nuestra república o quienes se negaron y aún se niegan, ya próximos a la hora final, a impedirlo.

@sangarccs 



domingo, 2 de agosto de 2015

La demagogia de Jorge Roig por Gustavo Coronel

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Gustavo Coronel 




Una reunión llevada a cabo en Caracas en la cual Leonardo Padrón leyó su bello artículo sobre quienes se quedan en Venezuela, titulado La Casa Grande, incluyó una intervención de Jorge Roig de unos siete minutos (ver aquí).

En esa intervención Roig quiso hacer una profesión de amor al país a fin de inspirar en otros compatriotas el deseo de quedarse. Aunque no podemos dudar de sus buenas intenciones y sinceridad, algunas de las cosas que dijo suenan demagógicas y contribuyen a exacerbar el falso y artificial clivaje que el régimen comenzó a crear desde los días del difunto, ese que dice: “los buenos se quedan y los malos se van”.

Para comenzar, Roig dijo algo que fue recibido con aplausos: ”Respeto a quienes se van pero les pido que no hablen mal del país". Yo considero esta frase muy torpe y de un soberano mal gusto.

¿Por qué habrá dicho esto Roig? Que yo sepa no existe entre los venezolanos que se han ausentado del país una tendencia a “hablar mal del país”. Lo que sí existe es una tendencia a hablar mal del régimen, pero eso es lo esperable, habida cuenta de que quienes se han ido lo han hecho por no estar dispuestos a aceptar los abusos de poder de la pandilla chavista.

Lo que también se oye a veces, por parte de algunos miembros de la diáspora venezolana, es críticas al diálogo que pide Fedecámaras con el gobierno o contra ciertas posiciones timoratas del grupo de empresarios que están cuidando sus churupos mediante el apaciguamiento y la mansedumbre, esperando ser - como decía Churchill – los últimos que se coma el cocodrilo. Pero esta crítica no es exclusiva de Diego Arria o de mi persona, sino que también se oye desde los grupos de venezolanos que están en el país. Esta expresión de Roig no me pareció en absoluto elegante.

Jorge dice, como si ello fuera determinante en la decisión de irse o de quedarse, que a él le gustan mucho las arepas y el chivo en coco. A mí también me gustan estos dos componentes de la gastronomía venezolana pero los disfruto donde vivo, igualito que si me los estuviera comiendo en San Fernando de Atabapo. También dice que no se va porque él prefiere hablar por teléfono y no por Skype.

Para decir que uno prefiere quedarse no es necesario decir que el que se va es un mal venezolano. Roig nos dice: “quienes se van piensan que no le deben nada al país…. Tienen una visión de corto plazo”, o algo parecido. Por qué es necesario decir esto para justificar quedarse?

En Venezuela tenemos un enemigo común: un régimen arbitrario, ladrón, narcotraficante, mentiroso e inepto. Tratar de separar a quienes tienen un mismo pensamiento y un mismo objetivo es una torpeza. Lo peligroso de esto es que si uno no dice nada para no “alborotar el avispero” permite que este tipo de opiniones, a lo Roig, se vayan consolidado en el país, convirtiéndose en dogma.
Y eso no debe suceder. Venezolano es venezolano donde esté. Y desde donde esté puede opinar sobre su país. Hay buenos venezolanos en Venezuela y en el exterior. Los hay malos aquí y allá.

http://www.lasarmasdecoronel.blogspot.com/

Orwell y la traición de los intelectuales, Antonio Sánchez García

 

     2 Agosto, 2015








Todos quienes hayan leído esa extraordinaria novela de George Orwell tituladaRebelión en la granja, escrita en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial y publicada ya lograda la victoria aliada sobre el nazismo hitleriano, en 1945, saben que los cerdos que administran la granja imaginaria de Orwell son la metáfora con la que el extraordinario periodista y escritor inglés representó a los bolcheviques y que el centro de la amarga y cruenta ironía orwelliana era Stalin, el tirano. Y la granja, no sólo la Unión Soviética, sino el comunismo en donde quiera se impusiera. Necesaria, intrínseca, esencialmente totalitario.
Lo que posiblemente no sepan es que el manuscrito fue rechazado por cuatro editores, incluido aquel que tenía firmado un contrato legal con Orwell. Que la obra había despertado el escándalo, si no la indignación, de autoridades de gobierno. Y que a la élite intelectual y académica inglesa le parecía no sólo errado publicarlo, sino contraproducente. Ya por entonces, el nazismo podía ser descuartizado por la intelligentsia occidental, los propios gobiernos verse sometidos a la más implacable crítica por parte de sus periodistas, columnistas y académicos de izquierda, pero levantarle la voz al comunismo soviético una falta de respeto, una impertinencia y una ofensa al consagrado liderazgo de los desposeídos de la tierra.
“En este país” – Inglaterra -, “la cobardía intelectual es el peor enemigo al que han de hacer frente periodistas y escritores en general”, escribió Orwell en un prólogo titulado Libertad de Expresión, que fuera omitido de sus ediciones originales hasta ser descubierto tras la muerte del genial escritor inglés. Para agregar un comentario que bien serviría de piedra de toque para enjuiciar la autocensura con que la opinión pública latinoamericana se ha cebado en destrozar a sus propios gobiernos y gobernantes, mientras sus periodistas, académicos, artistas y políticos ensalzaban de manera escandalosa a la tiranía cubana: “Y así vemos, paradójicamente, que no se permite criticar al gobierno soviético, mientras se es libre de hacerlo con el nuestro”. ¿No es como para recordar la babosería universal con que casi un millar de intelectuales y seudo intelectuales – de extrema derecha a extrema izquierda – se babearon a los pies de Fidel Castro mientras afilaban sus puñales para descuartizar a Carlos Andrés Pérez y nuestras instituciones?
“El servilismo con el que la mayor parte de la intelligentsia británica se ha tragado y repetido los tópicos de la propaganda rusa desde 1941 sería sorprendente, si no fuera porque el hecho no es nuevo y ha ocurrido ya en otras ocasiones. Publicación tras publicación, sin controversia alguna, se han ido aceptando y divulgando los puntos de vista soviéticos con un desprecio absoluto hacia la verdad histórica y hacia la seriedad intelectual.”
Luego de enumerar casos de aviesa cobardía, complicidad y alcahuetería hacia las posturas soviéticas – desde acallar la importancia histórica y el asesinato de Trotsky hasta hacer desaparecer del mapa a los luchadores antifascistas en países ocupados por los nazi que no pertenecieran al bando stalinista – Orwell encara la raíz del problema: “lo que sí es inquietante es que, dondequiera que influya la URSS con sus especiales maneras de actuar, sea imposible esperar cualquier forma de crítica inteligente ni honesta por parte de escritores de signo liberal inmunes a todo tipo de presión directa que pudiera hacerles falsear sus opiniones. Stalin es sacrosanto y muchos aspectos de su política están por encima de toda discusión.”
Debemos hacer notar que esa verdad histórica despreciada por la intelligentsia liberal británica – no se hable de la francesa, abierta e indecorosamente postrada ente el comunismo soviético, de Sartre a Picasso, santificados con los vapores de etílica poesía del vate chileno Pablo Neruda – silenciaba horrores inconcebibles, como las hambrunas, los asesinatos masivos, los incontables campos de concentración, los juicios del horror recién destapados más de una década después de escrita la Rebelión en la granja cuando su ejecutor directo estaba momificado y encerrado para una supuesta eternidad dentro de una urna de cristal en la Plaza de la Revolución moscovita.
Quienes asistimos al ominoso cortejo con que las más impolutas conciencias de la Venezuela todavía democrática, e incluso anti militarista, se arrojaran a comienzos del gobierno de Carlos Andrés Pérez a los pies de un tirano que ya llevaba treinta años oprimiendo a su pueblo y expandiendo su venenoso mensaje antidemocrático y anti liberal en nuestro continente, y quienes aún hoy, veinticinco años después, vemos a los líderes del Foro de Sao Paulo que controlan los gobiernos de nuestra región e incluso a prohombres del liberalismo de derechas visitando La Habana para rendirle pleitesía a un anciano ensangrentado, no podemos menos que asombrarnos frente a la disposición al servilismo y la esclavitud de la conciencia ante el totalitarismo comunista.
Setenta años después de haber sido publicada, Rebelión en la granja y su conmovedor prólogo autocensurado es tanto o más vigente que entonces. Y para quienes tenemos una responsabilidad intelectual ante los destinos de nuestros pueblos, su palabra conminatoria es ineludible: “La libertad significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír.”

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