miércoles, 9 de diciembre de 2015

Discurso de Stalin sobre Lenin (1924)

Discurso pronunciado en una velada de los alumnos de la escuela militar del Kremlin


28 de enero de 1924

Camaradas: Me comunicaron que habíais organizado una velada en memoria de Lenin y que estaba invitado como uno de los informantes. Considero que no es preciso hacer una exposición sistematizada de las actividades de Lenin. Creo quesería mejor circunscribirse a relatar varios hechos que subrayan ciertas particularidades de Lenin como hombre y como político. Quizás no haya relación interna entre estos hechos, pero eso no puede ser óbice para que os hagáis una idea general de Lenin. Sea como fuere, en este momento no puedo daros más de lo que acabo de prometer.

El águila de las montañas

Conocí a Lenin en 1903. Por cierto, este conocimiento no fue personal. Nos conocimos por correspondencia. Pero ello me produjo una impresión indeleble, que no se ha desvanecido en todo el tiempo que llevo trabajando en el Partido. Me encontraba entonces en Siberia, deportado. Al conocer la actuación revolucionaria de Lenin en los últimos años del siglo XIX y, sobre todo, después de 1901, después de la publicación de «Iskra», me convencí de que teníamos en él a un hombre extraordinario. No era entonces, a mis ojos un simple jefe del Partido; era su verdadero creador, porque sólo él comprendía la naturaleza interna y las necesidades imperiosas de nuestro Partido. Cuando lo comparaba con los demás dirigentes de nuestro Partido, me parecía siempre que los compañeros de lucha de Lenin -Plejánov, Mártov, Axelrod y otros-estaban a cien codos por debajo de él; que Lenin, en comparación con ellos, no era simplemente un dirigente, sino un dirigente de tipo superior, un águila de las montañas, al que era ajeno el miedo en la lucha y que llevaba audazmente el Partido hacia adelante, por los caminos inexplorados del movimiento revolucionario ruso. Esta impresión había calado tan hondo en mi alma, que sentí la necesidad de escribir de ello a un amigo íntimo, emigrado entonces en el extranjero, pidiéndole su opinión. Al cabo de algún tiempo, cuando ya me encontraba deportado enSiberia -era a fines de 1903-, recibí una contestación entusiasta de mi amigo y, acompañándola, una carta sencilla, pero de profundo contenido, escrita por Lenin, a quien mi amigo había dado a conocer mi carta. La esquela de Lenin era relativamente corta,pero contenía una crítica audaz, una crítica valiente de la labor práctica de nuestro Partido, así como una exposición magníficamente clara y concisa de todo el plan de trabajo del Partido para el período próximo.Sólo Lenin sabía escribir sobre las cuestiones más complejas con tanta sencillez y claridad, con tanta concisión y audacia; en él, cada palabra, más que palabra, es un disparo. Esta esquela sencilla y audaz me reafirmó en el convencimiento de que en Lenin tenía nuestro Partido un águila de las montañas. No puedo perdonarme el haber quemado aquella carta de Lenin, lo mismo que muchas otras, siguiendo mi costumbre de viejo revolucionario clandestino.

De entonces datan mis relaciones con Lenin.

La modestia
Vi por primera vez a Lenin en diciembre de 1905,en la Conferencia bolchevique de Tammerfors (Finlandia). Esperaba ver al águila de las montañas, al gran hombre de nuestro Partido, a un hombre no sólo grande desde el punto de vista político, sino también, si queréis, desde el punto de vista físico,porque me imaginaba a Lenin como a un gigante apuesto e imponente. Cuál no sería mi decepción,cuando vi a un hombre de lo más corriente, de talla inferior a la media y que no se diferenciaba en nada,absolutamente en nada, de los demás mortales...

Es costumbre que los «grandes hombres» lleguen tarde a las reuniones, para que los asistentes esperen su aparición con el corazón en suspenso; además,cuando va a aparecer el «gran hombre», los reunidos se advierten: - «¡Chist…, silencio..., ahí viene!». Este ceremonial no me parecía superfluo, pues impone, inspira respeto. Cuál no sería mi decepción, cuando supe que Lenin había llegado a la reunión antes que los delegados y que, metido en un rincón, platicaba del modo más sencillo y natural con los delegados más sencillos de la Conferencia. No oculto que esto me pareció entonces una infracción de ciertas normas imprescindibles.

Sólo más tarde comprendí que esta sencillez y esta modestia de Lenin, este deseo de pasarin advertido o, en todo caso, de no llamar la atención,de no subrayar su alta posición, que este rasgo constituía una de las mayores virtudes de Lenin como jefe nuevo de las masas nuevas, de las sencillas y corrientes masas de las «capas bajas» más profundas de la humanidad.

La fuerza de la lógica
Admirables fueron los dos discursos que Lenin pronunció en esta Conferencia: sobre el momento y sobre la cuestión agraria. Por desgracia no se han conservado. Fueron unos discursos inspirados, que arrebataron de clamoroso entusiasmo a toda la Conferencia. La extraordinaria fuerza de convicción,la sencillez y la claridad de los argumentos, las frases breves e inteligibles para todos, la falta de afectación,de gestos aparatosos y de frases efectistas, dichas para producir impresión, todo ello distinguía favorablemente los discursos de Lenin de los discursos de los oradores «parlamentarios»habituales.

Pero no fue este aspecto de los discursos de Lenin lo que me cautivó entonces. Me subyugó la fuerza invencible de su lógica, que, si bien era algo seca, dominaba al auditorio, lo electrizaba poco apoco y después, como suele decirse, hacía que se le rindiera incondicionalmente. Recuerdo que muchos de los delegados decían: «La lógica en los discursos de Lenin es como unos tentáculos irresistibles que le atenazan a uno por todos lados y de los que no hay modo de zafarse: hay que rendirse o disponerse a sufrir un fracaso rotundo».

Creo que esta particularidad de los discursos deLenin es el lado más fuerte de su arte oratorio.

Sin lloriqueos
Vi a Lenin por segunda vez en 1906, en el Congreso de Estocolmo de nuestro Partido. Es sabido que en este Congreso los bolcheviques quedaron en minoría y sufrieron una derrota. Por vez primera vi a Lenin en el papel de vencido. No se parecía ni en un ápice a esos jefes que, después de una derrota, lloriquean y se desaniman. Al contrario, la derrota convirtió a Lenin en la personificación dela energía, que impulsaba a sus partidarios a nuevos combates, a la victoria futura. He dicho la derrota de Lenin. Pero ¿qué derrota fue aquélla? Había que vera los adversarios de Lenin, a los vencedores del Congreso de Estocolmo, a Plejánov, a Axelrod, aMártov y a los demás: se parecían muy poco a verdaderos vencedores, porque Lenin, con su crítica implacable del menchevismo, no les dejó, como suele decirse, hueso sano. Me acuerdo de que nosotros, los delegados bolcheviques, agrupándonos
en torno suyo, mirábamos a Lenin, pidiéndole consejo. Los discursos de algunos delegados dejaban traslucir el cansancio, el desaliento. Me acuerdo que Lenin, contestando a aquellos discursos, dijo mordaz, entre dientes:
«No lloriqueéis, camaradas; venceremos sin duda alguna, porque tenemos razón». Del odio a los intelectuales llorones, de la fe en las fuerzas propias, de la fe en la victoria: de esto nos habló entonces Lenin. Se advertía que la derrota de los bolcheviques era pasajera, que los bolcheviques habían de vencer en un porvenir próximo.

«No lloriquear en caso de derrota»: éste es el rasgo peculiar de la actividad de Lenin que le ayudó a agrupar en torno suyo un ejército incondicionalmente fiel a la causa y con fe en sus propias fuerzas.

Sin presunción
En el Congreso siguiente, celebrado en Londres en 1907, fueron los bolcheviques quienes salieron vencedores. Entonces vi por primera vez a Lenin en el papel de vencedor. Generalmente, la victoria embriaga a cierta clase de jefes, los llena de vanidad,los hace presuntuosos. En tales casos, se ponen las más de las veces a cantar victoria y se duermen en los laureles. Pero Lenin no se parecía ni en un ápice a esta clase de jefes. Al contrario, precisamente después de la victoria ponía de manifiesto una vigilancia y una prudencia particulares. Recuerdo que Lenin repetía entonces con insistencia a los delegados: «Lo primero es no dejarse deslumbrar por la victoria y no envanecerse de ella; lo segundo,consolidar el éxito obtenido; lo tercero, rematar al enemigo, porque sólo está batido y dista aún mucho de haber sido rematado». Se burlaba, mordaz, de los delegados que afirmaban, a la ligera: «Se ha acabado para siempre con los mencheviques», Al él le fue fácil demostrar que los mencheviques tenían todavía raíces en el movimiento obrero y que había que combatirlos con habilidad, evitando por todos los medios la sobreestimación de las fuerzas propias y,sobre todo, el menosprecio de las fuerzas del enemigo.

«No envanecerse de la victoria»: éste es el rasgo peculiar del carácter de Lenin que le permitía medir con ponderación las fuerzas del enemigo y poner al Partido a salvo de cualquier eventualidad.

La fidelidad a los principios
Los jefes de un partido no pueden menospreciar la opinión de la mayoría de su partido. La mayoría es una fuerza que un jefe no puede dejar de tener en cuenta. Lenin lo comprendía tan bien como cualquier otro dirigente del Partido. Pero Lenin nunca fue prisionero de la mayoría, sobre todo cuando la mayoría no se apoyaba en una base de principios.Hubo momentos en la historia de nuestro Partido en los que la opinión de la mayoría o los intereses momentáneos del Partido chocaban con los intereses fundamentales del proletariado. En tales casos, Lenin, sin vacilar, se ponía resueltamente al lado delos principios, en contra de la mayoría del Partido. Es más; en tales casos no temía luchar, literalmente, solo contra todos, estimando, como decía a menudo, que«una política de principios es la única política acertada»

A este respecto, son particularmentecaracterísticos los dos hechos siguientes:
Primer hecho. Período de 1909-1911, cuando el Partido, derrotado por la contrarrevolución, estaba en plena disgregación. Era un período de falta de fe en el Partido, un período en que no sólo los intelectuales, sino también parte de los obreros,desertaban en masa del Partido, un período en que se rechazaba toda actividad clandestina, un período de liquidacionismo y desmoronamiento. No sólo los mencheviques, sino también los bolcheviques, estaban divididos entonces en numerosas fracciones y tendencias, en su mayoría desvinculadas del movimiento obrero. Es sabido que fue precisamente en aquel período cuando nació la idea de liquidar por completo las actividades clandestinas del Partido y organizar a los obreros en un partido legal, liberal-stolipiniano. Lenin fue entonces el único que no se dejó ganar por el contagio general y que mantuvo en alto la bandera de la lucha en pro del Partido,reuniendo con una paciencia asombrosa, con un tesón sin precedentes, las fuerzas del Partido, dispersas y deshechas, combatiendo todas las tendencias hostil es al Partido en el seno del movimiento obrero,defendiendo el Partido con un valor extraordinario y una perseverancia inaudita.

Es sabido que, más tarde, Lenin salió vencedor deaquella lucha por el Partido.

Segundo hechoPeríodo de 1914-1917, en plena guerra imperialista, cuando todos los partidos socialdemócratas y socialistas, o casi todos, llevados por la embriaguez patriotera general, se habían puesto al servicio del imperialismo de sus respectivos países. Era el período en que la II Internacional inclinaba sus banderas ante el capital, en que incluso hombres como Plejánov, Kautsiky, Guesde, etc. no resistieron a la oleada de chovinismo. Lenin fue entonces el único, o casi el único, que emprendió la lucha decidida contra el socialchovinismo y el socialpacifismo, puso al desnudo la traición de los Guesde y de los Kautsiky y estigmatizó la actitud equívoca de los «revolucionarios» que nadaban entre dos aguas. Lenin comprendía que sólo le seguía una minoría insignificante, pero esto no tenía para él una importancia decisiva, porque sabía que la única política acertada, a la que pertenece el porvenir, es la del internacionalismo consecuente; porque sabía que una política de principios es la única política acertada.

Sabido es que también en aquella lucha por una nueva Internacional, Lenin resultó vencedor.

«Una política de principios es la única política acertada»: ésta es precisamente la fórmula que ayudaba a Lenin a tomar por asalto nuevas posiciones «inexpugnables», ganando para el marxismo revolucionario a los mejores elementos del proletariado.

La fe en las masas
Los teóricos y los jefes de partido que conocen la historia de los pueblos y que han estudiado detalladamente, desde el principio hasta el fin, la historia de las revoluciones, padecen a veces una enfermedad indecorosa. Esta enfermedad se llama temor a las masas, falta de fe en la capacidad creadora de las masas. A veces, esa enfermedad origina cierta actitud aristocrática de los jefes hacía las masas, poco iniciadas en la historia de las revoluciones, pero llamadas a destruir lo viejo y a construir lo nuevo. El temor a que los elementos puedan desencadenarse, a que las masas puedan«hacer demasiados estropicios», el deseo derepresentar el papel de ayas que se esfuerzan por instruir a las masas de un modo libresco, pero que no quieren aprender de las masas; tal es el fondo de semejante actitud aristocrática.

Lenin era la antítesis de semejantes jefes. No conozco a ningún revolucionario que haya tenido una fe tan profunda en las fuerzas creadoras del proletariado y en el acierto revolucionario de su instinto de clase como la que tenía Lenin. No conozco a ningún revolucionario que haya sabido flagelar tan implacablemente a los presuntuosos críticos del «caos de la revolución», y de la «bacanal de los actos arbitrarios de las masas» como los flagelaba Lenin. Recuerdo que, en una conversación, Lenin replicó sarcásticamente a un camarada, que había dicho que «después de la revolución debía establecerse un orden normal»: «Malo es que quienes desean ser revolucionarios olviden que el orden más normal en la historia es el orden de la revolución».

De aquí su desdén hacia todos los que miraban a las masas por encima del hombro e intentaban instruirlas de un modo libresco. Por eso, Lenin enseñaba incansablemente que había que aprender delas masas, comprender el sentido de sus acciones,estudiar atentamente la experiencia práctica de su lucha.

La fe en las fuerzas creadoras de las masas: tal era el rasgo peculiar de la actividad de Lenin que le permitía comprender el sentido del movimiento espontáneo de las masas y orientarlo por el cauce dela revolución proletaria.

El genio de la revolución
Lenin había nacido para la revolución. Fue realmente el genio de los estallidos revolucionarios y el gran maestro en el arte de la dirección revolucionaria. Nunca se sentía tan a gusto, tan contento, como en la época de las conmociones revolucionarias. Con esto no quiero decir, de ninguna manera, que Lenin aprobaba toda conmoción revolucionaria o que se pronunciara siempre y en cualquier circunstancia a favor de los estallidos revolucionarios. De ningún modo. Quiero decir solamente que nunca la clarividencia genial de Lenin se manifestaba con tanta plenitud, con tanta precisión, como durante los estallidos revolucionarios. En los días de virajes revolucionarios, parecía literalmente, un hombre nuevo, se convertía en un vidente, intuía el movimiento de las clases y los zigzags probables dela revolución, como si los leyese en la palma de la mano. Con razón se decía en el Partido: «Ilích sabe nadar entre las olas de la revolución como el pez en el agua».

De aquí la «asombrosa» claridad de las consignastácticas de Lenin y la «vertiginosa» audacia de sus planes revolucionarios.

Me vienen a la memoria dos hechos que subrayan particularmente esta peculiaridad de Lenin.
Primer hecho. Período en vísperas de la Revolución de Octubre, cuando millones de obreros,campesinos y soldados, empujados por la crisis en la retaguardia y en el frente, exigían la paz y la libertad;cuando el generalato y la burguesía preparaban una dictadura militar para hacer la «guerra hasta el fin»; cuando toda la sedicente «opinión pública» y todos los sedicentes «partidos socialistas» estaban contra los bolcheviques y los calificaban de «espías alemanes»; cuando Kerenski intentaba hundir al Partido Bolchevique en la ilegalidad y ya lo había conseguido en parte; cuando los ejércitos, todavía poderosos y disciplinados, de la coalición austro-alemana se alzaban frente a nuestros ejércitos cansados y en estado de descomposición, y los«socialistas» de la Europa Occidental seguían,tranquilamente, en bloque con sus gobiernos, para hacer «la guerra hasta la victoria completa».

¿Qué significaba desencadenar una insurrección en aquel momento? Desencadenar una insurrección en tales condiciones, era jugárselo todo. Pero Lenin no temía el riesgo, porque sabía y veía con su mirada clarividente que la insurrección era inevitable, que la insurrección vencería, que la insurrección en Rusia prepararía el final de la guerra imperialista, que la insurrección en Rusia pondría en movimiento a las masas exhaustas del Occidente, que la insurrección en Rusia transformaría la guerra imperialista en guerra civil, que de esta insurrección nacería la República de los Soviets, que la República de los Soviets serviría de baluarte al movimiento revolucionario en el mundo entero.

Sabido es que aquella previsión revolucionaria de Lenin había de cumplirse con una exactitud sin igual.

Segundo hecho. Primeros días después de la Revolución de Octubre, cuando el Consejo de Comisarios del Pueblo intentaba obligar al faccioso general Dujonin, el Comandante en Jefe, a suspenderlas hostilidades y entablar negociaciones con los alemanes a fin de concertar un armisticio. Recuerdo como Lenin, Krilenko (el futuro Comandante en Jefe) y yo fuimos al Estado Mayor Central, en Petrogrado, para ponernos en comunicación con Dujonin por cable directo. Era un momento angustioso. Dujonin y el Cuartel General se habían negado categóricamente a cumplir la orden del Consejo de Comisarios del Pueblo. Los mandos del ejército se encontraban enteramente en manos del Cuartel General. En cuanto a los soldados, se ignoraba lo que diría aquel ejército de catorce millones de hombres, subordinado a las llamadas organizaciones del ejército, que eran hostiles al Poder de los Soviets. En el mismo Petrogrado, como es sabido, se gestaba entonces la insurrección de los cadetes. Además, Kerenski avanzaba en tren de guerra sobre Petrogrado. Recuerdo que, después de un momento de silencio junto al aparato, el rostro de Lenin se iluminó de una luz extraordinaria. Se veía que Lenin había tomado ya una decisión. «Vamos ala emisora de radio -dijo Lenin-; nos prestará un buen servicio: destituiremos, por orden especial, al general Dujonin, nombraremos Comandante en Jefe al camarada Krilenko y nos dirigiremos a los soldados por encima de los mandos, exhortándoles a aislar a los generales, a cesar las hostilidades, a entrar en contacto con los soldados austro-alemanes y a tomarla causa de la paz en sus propias manos».

Era un «salto a lo desconocido». Pero Lenin no tenía miedo a aquel «salto»; al contrario, iba derecho a él, porque sabía que el ejército quería la paz y quela conquistaría barriendo todos los obstáculos puestos en su camino, porque sabía que aquel modo de establecer la paz impresionaría, sin duda alguna, a los soldados austro-alemanes y daría rienda suelta al anhelo de paz en todos los frentes, sin excepción.

Es sabido que también esta previsión revolucionaria de Lenin había de cumplirse con toda exactitud.

Clarividencia genial, capacidad de aprender y adivinar rápidamente el sentido interno de los acontecimientos que se avecinaban: éste era el rasgo peculiar de Lenin que le permitía elaborar una estrategia acertada y una línea de conducta clara en los virajes del movimiento revolucionario.

Publicado el 12 de febrero de 1924 en el núm. 34 de «Pravda».

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