DR. KIM R. HOLMES
Las Guerras de la Intolerancia
Fundación Heritage
Olvídese de los Juegos del Hambre. Dé la bienvenida a las Guerras de la Intolerancia.
Parece que todos los días en Estados Unidos alguien trata de silenciar a otra persona en nombre de una causa mayor. La dimisión obligada de Brendan Eich como director ejecutivo del popular navegador de internet Mozilla Firefox es sólo la punta del iceberg.
De hecho, esto va más allá del habitual ojo por ojo de las guerras culturales. Estamos siendo testigos nada menos que de un cambio de primer orden en la cultura política de Estados Unidos. Los oponentes ideológicos ya no sólo están equivocados; no tienen derecho a ser oídos. Las personas que discrepan de uno no sólo están equivocadas; no tienen derecho a ganarse la vida. Y en casos extremos merecen la cárcel.
Esto es mucho peor que la intolerancia. Le da la vuelta al progresismo americano para convertirlo en todo lo contrario: el antiliberalismo.
El antiliberalismo tiene una larga historia, durante la que ha infectado tanto a la derecha como a la izquierda, desde el Ku Klux Klan hasta el SDS. Pero a día de hoy está tomando el poder de un movimiento que en su momento afirmaba ser su enemigo acérrimo: el progresismo americano. Puede que la gente que se denomina progresista piense que es moderada, de mentalidad abierta, pero algunos de ellos defienden cada vez más el uso de métodos coercitivos, ya sea mediante el poder del Estado o el escarnio público, con el fin de cerrar el debate y privar a ciertas personas de sus derechos constitucionales.
Véase por ejemplo la cultura popular. En la Academia, los medios de comunicación y Hollywood, ahora es aceptable (incluso estupendo)reprimir el disenso. Los códigos de expresión, las "advertencias de contenido ofensivo" y hasta las maniobras para impedir que la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice hable en un campus universitario son casos por todos conocidos. Pero cuando los medios de comunicación tratan con seriedad la sugerencia del actor Sean Penn de que el senador republicano por Texas Ted Cruz sea internado en una institución mental, todas las señales de alarma deberían saltar. Las una vez veneradas ideas progresistas de libertad de expresión, pluralismo y apertura han quedado totalmente desechadas.
En el Estado también está sucediendo. El Gobierno federal ha sido acusado de investigar a sus oponentes políticos y de utilizar sus poderes judiciales para acosar a la prensa. La Administración Obama rehúsa de manera rutinaria hacer cumplir las leyes con las que no está de acuerdo y pone en marcha, mediante órdenes ejecutivas, normativas que fueron explícitamente rechazadas por el Congreso. Los tribunales rechazan leyes y referéndums basados, en el mejor de los casos, en interpretaciones selectivas de la Constitución. Aparentemente, el venerable sistema de equilibrio de poderes de Estados Unidos, otrora salvaguardia de su generoso orden democrático, está considerado ahora como un obstáculo para ciertas agendas políticas más que un protector de la libertad. Y lo que es peor, parece que algunas personas son más iguales que otras ante la ley.
¿Por qué está sucediendo esto? El auge del antiliberalismo en Estados Unidos representa el triunfo de un progresismo contracultural que se propuso hace décadas derrocar al progresismo tradicional.
A menudo se asume que los progresistas de hoy en día son los herederos del progresismo americano. En realidad, son los hijos e hijas de la nueva izquierda de los años 60, que se dispuso a transformar el progresismo americano. Hillary Rodham Clinton y John F. Kerry tienen mucho más en común con Betty Friedan y Tom Hayden que con Woodrow Wilson u Oliver Wendell Holmes.
El progresismo siempre creyó en el Gobierno omnipresente, pero hasta los años 60 tuvo un respeto permanente por la idea de Holmes de la libertad de expresión y por la veneración de Thomas Jefferson (y de John Stuart Mill) de la conciencia individual. Ya no. Quienes están ahora en el poder ven el disenso como algo sucio, un mero escudo tras el cual supuestamente acechan los intolerantes y quienes viven dominados por el odio.
La tentación antiliberal ha sido durante mucho tiempo parte de la tradición progresista occidental. Desde la Revolución Francesa en adelante, la idea de crear una igualdad absoluta mediante la coacción ha contado con seguidores. Pero en Estados Unidos ese impulso estaba atemperado por el respeto de Holmes hacia la libertad de expresión y la creencia de Jefferson en la santidad de la conciencia individual.
Ese respeto y esa creencia eran la causa mayor del progresismo americano, no la de una agenda política que asume que la historia se acaba cuando los oponentes son silenciados o encarcelados.
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