jueves, 29 de mayo de 2014

Regular Twitter y otras formas de censura

TRIBUNA COMUNICACIÓN

Juan Luis Manfredi
@juanmanfredi
Regular Twitter y otras formas de censura

CUANDO un gobierno sugiere que es necesario regular la actividad de Twitter y los nuevos medios, en realidad, lo que quiere decir es que es preceptivo establecer unas normas de comportamiento, registrar a los usuarios, autorizar o desautorizar comentarios y proponer una lista de temas de los que se puede o no se puede hablar. En una palabra, censura.
En Turquía, Erdogan ha pretendido reducir la actividad de los medios sociales, en especial Twitter. Su argumento es de manual: esos instrumentos se emplean para minusvalorar la acción del gobierno, da espacio a grupos radicales y sólo contiene mentiras. Por eso, ha aprobado una legislación que dota a las autoridades de nuevos poderes para vigilar y fiscalizar internet. Cuba crea trabas artificiales para la creación de nuevos periódicos digitales. Siria, directamente, elimina la disidencia digital. La primera medida de Mubarak para sofocar las revueltas de la plaza Tahir fue cortocircuitar el acceso convencional a las redes.
En Rusia, Putin la ha tomado con los blogueros, quienes por su condición de informadores y agentes de la opinión pública han de ser identificados y aquellos con más de 3.000 seguidores se convierten automáticamente en responsables editoriales en las mismas condiciones que una empresa. Si la información es «inexacta», puede cerrarse la web. El gobierno ruso ha calificado internet como «el gran proyecto de la CIA» y sugiere la creación de cortafuegos que aíslen la Red rusa de la conexión global. Un proyecto parecido ilumina China. No es imposible conectarse a los grandes operadores (Twitter, Facebook o Yahoo!), pero resulta más sencillo operar dentro del sistema chino. Weibo, WeChat o AliBaba son webs de alta calidad y diseño, al tiempo que cuentan con la accesibilidad lingüística de inicio. Ese control suave se completa con otro duro y más complejo: bloquear las informaciones sobre el incremento patrimonial de determinados dirigentes comunistas o el aniversario de Tian'anmen. En la práctica, el desiderátum chino o ruso es la segregación de internet y la creación de un entorno digital propio.
Tampoco EEUU escapa a esta tendencia de control y regulación. La promoción de internet a dos o más velocidades y la eliminación de la neutralidad de la Red es una mala noticia para la industria tecnológica, el periodismo y los derechos individuales. En buena analogía con las ideas de Piketty, si permitimos o toleramos que quienes controlan el mercado de las telecomunicaciones y cuentan con una posición dominante puedan pagar por un servicio premium, los nuevos proyectos están abocados al fracaso. Sería la muerte de la innovación en las redes, ya que no podrían competir nunca con las grandes corporaciones. La decisión de la FCC (Comisión Federal de Comunicaciones) va camino de alumbrar el juicio del siglo en materia de derechos civiles.
El derecho a la información no es una prebenda ni una concesión. Corresponde a los ciudadanos, mientras que las empresas periodísticas actúan como palancas o actores privilegiados de la conversación en la arena pública. Claro que sabemos que las redes no son perfectas. Las revelaciones sobre las actividades de la NSA han confirmado que el espionaje masivo mediante el uso de tecnologías pone en peligro las libertades individuales. También habría que considerar el compromiso con la libertad de expresión de las grandes corporaciones. En Egipto o en Turquía, estas mismas compañías han demostrado que pueden saltarse las normas impuestas por regímenes autoritarios en beneficio de la ciudadanía.
Las redes sociales son parte de nuestra de vida imperfecta. No requieren especial tutela ni nada parecido. Pero la censura sobrevuela este entorno emergente y cuando una modificación en el ecosistema de libertades disminuye la acción de la libertad de prensa, el primer perjudicado es el periodismo y, tras él, todas las libertades individuales. No dejemos que bajo el manto de la urbanidad y las buenas maneras se regule específicamente Twitter. Hagamos caso a las palabras de Saramago en La Balsa de Piedra: «Siempre es buena la libertad, hasta cuando vamos hacia lo desconocido».
Juan Luis Manfredi@juanmanfredi  es periodista y profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha.

http://www.elmundo.es/opinion/2014/05/28/53862e2b268e3e69748b456b.html

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