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martes, 3 de noviembre de 2015

Ataques y débiles, Carlos Rodríguez Braun



Leí este titular en La Vanguardia: "Ataque conservador a los más débiles". No correspondía a un editorial ni a un artículo de opinión. En páginas de información, firmaba un artículo Rafael Ramos, corresponsal en Londres, con una colección de topicazos que me recordaron la histeria del pensamiento único con Margaret Thatcher, a quien los políticamente correctos jamás perdonaron que ganara las elecciones con el voto mayoritario de los trabajadores, que supuestamente debían ser sus enemigos porque ella supuestamente los hostigaba con sus políticas liberales.
Desde el principio se manifiesta una aversión a los conservadores. De hecho, desde el título: rara vez habrá visto usted un titular en la línea de "ataque progresista a los más débiles", ¿verdad que no? Pero la derecha sí, los conservadores sí que odian a los débiles. Ramos los acusa de "cálculo electoral", algo que, como es obvio, sólo acometen los de derechas…
Se trataba de una idea de Cameron, que, como suele suceder con los conservadores, en ningún caso proponía grandes reducciones de la coacción estatal, pero sí planteaba el copago o la disminución de algunos capítulos del gasto público, como las subvenciones a la vivienda o las ayudas a los parados. A eso llamó el periodista "una redistribución del pastel para que los ricos se atiborren y los pobres pasen hambre". En serio. "Recortar –ya se sabe– a lo bestia y sin contemplaciones". En serio. Aseguró el periodista que los conservadores dejarán el Estado de Bienestar en “niveles de hace ochenta años, antes de que Gran Bretaña desafiara al nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Ahora el peligro alemán es otro”. En serio.
Los malvados neoliberales no sólo empobrecen al pueblo, sino que además lo hacen gastar tontamente: "La idea es que los jubilados echen mano por adelantado de sus fondos de pensiones estatales y se pulan el dinero si quieren en un Ferrari, un yate… aunque luego se queden a dos velas". Típico del intervencionismo: la gente es boba, con lo cual no puede ser libre. De ahí la maldad de los conservadores, porque quieren ampliar la libertad de comercio: "Cuanto mayor sea la tentación, más gente caerá en ella".
La conclusión es: "La filosofía está clara: minimizar el Estado y su papel como agente igualitario de la redistribución de la riqueza, y paralelamente dar libertad a los ricos y a los afortunados que se ganan bien la vida o tienen una buena pensión para que dispongan del capital a su antojo. Ortodoxia neoliberal llevada hasta sus últimas consecuencias".
Todo este disparate, repito, en páginas de información, no de opinión. Y nos siguen contando el viejo camelo de que los hechos son sagrados y las opiniones libres…

lunes, 15 de junio de 2015

Igualdad, fraternidad y comunismo Carlos Rodríguez Braun

Lamentó Rosa Montero la ausencia de "las viejas proclamas de igualdad y fraternidad", y escribió en El País:
Esto de la desigualdad es una historia tan repetitiva que resulta cansina (…) la pobreza es más cancerígena que los genes. Por ejemplo, la supervivencia de los niños a la leucemia aguda, el cáncer infantil más común, es del 90% en Canadá y del 16% en Mongolia.
Hay aquí algunos errores. En primer lugar, la identificación entre desigualdad y pobreza, que obviamente son cosas distintas. En segundo lugar, si lo que le preocupa a doña Rosa es la desigualdad en el mundo, tengo buenas noticias: ha disminuido apreciablemente en el último medio siglo, sobre todo por la mayor prosperidad relativa de los países más poblados del planeta: China y la India. Tanto ha disminuido la desigualdad en el mundo que lo reconoce sin ambages Thomas Piketty, el nuevo darling del progresismo igualitarista.
Es una temeridad afirmar que la pobreza es más cancerígena que los genes. Los países pobres tienen por regla general peor sanidad que los ricos, y de ahí que los niños y los adultos de los países pobres tengan una tasa de supervivencia a las enfermedades menor que en los países ricos. Ponerse dramático hablando de igualdad y fraternidad puede confundir a los lectores, empezando por la idea de que ellos son de alguna forma responsables de que se mueran niños de leucemia en Mongolia, cuando la pobreza, que es lo que está detrás de todo esto, no depende de lo que sucede fuera de ese país, sino esencialmente de sus propias instituciones: de la paz, la justicia y la libertad dentro de sus fronteras.
Hablando de instituciones, de libertad e igualdad, es interesante que la señora Montero haya puesto el ejemplo de Mongolia, un país que, en efecto, es muy pobre, pero la escritora elude subrayar que no es pobre por azar sino porque allí se impuso a la población el sistema más criminal y empobrecedor que jamás haya sido perpetrado contra los trabajadores en toda la historia de la humanidad: el comunismo. En efecto, los comunistas aplicaron allí el comunismo durante casi setenta años, entre 1924 y 1992. Y, efectivamente, el comunismo esgrimió "las viejas proclamas de igualdad y fraternidad" y procedió a aniquilarlas.