Un fracaso llamado Venezuela (I, II y III )
Venezuela es un fracaso total. Dejémonos de cuentos. No nos engañemos más elogiándonos. No lo merecemos. Reconozcamos la realidad. Hagamos una confesión sincera culminando con una autocrítica. No somos un pueblo maldito sino huérfano de una élite dirigente con visión y decisión.
Venezuela es un fracaso político como lo prueba que dos siglos después de su independencia de España la hayamos perdido, para colmo no ante otro gran imperio sino ante una isla arruinada como es Cuba, sin que nadie haya disparado un tiro, todo por algo insólito e inimaginable: la traición a la patria de civiles y militares que debían defenderla. La dimensión de este fracaso político se mide por el hecho de que somos el único país de América bajo el dominio de otro país, y para mayor vergüenza arrodillado ante uno de los más pobres y miserables, lo cual basta para demostrar que hemos descendido a lo más bajo que se puede descender políticamente.
Venezuela es también un fracaso político porque la sucesión de dictaduras padecidas durante dos siglos de vida republicana ha tenido su culminación en la tiranía de los peores. No se trata sólo de una tiranía, que ha sido fenómeno recurrente desde cuando los que se vistieron de militar para conquistar la independencia consideraron que el país les pertenece como una indemnización de guerra que nunca terminaremos de pagar. Los civiles venimos pagándoselas en lugar de España como si fuéramos los derrotados. Es una deuda interminable porque crece en lugar de disminuir, tanto que ni la renta petrolera la ha satisfecho. Pero aún así las tiranías anteriores por lo menos reclutaban a sus colaboradores entre los universitarios mejor preparados, mientras que la de ahora los selecciona entre los menos calificados intelectual y moralmente, que suplen sus carencias con la arrogancia de los patanes.
Venezuela es un fracaso militar, un inmenso y estruendoso fracaso militar, sin comparación en América. En el siglo XIX, conquistada la independencia, los civiles disfrazados de militares se dedicaron a las guerras civiles y a saquear el erario público, mientras Venezuela perdía el Esequibo con Inglaterra y la Guajira, junto con los llanos de Casanare hasta las orillas del Orinoco, con Colombia, todo sin disparar un tiro. Los tiros siempre fueron y siguen siendo contra otros venezolanos. A comienzos del siglo XX no hubo militares que defendieran los puertos bloqueados, de los cuales su único interés estaba en las aduanas. La sucesión de pérdidas territoriales y agresiones imperiales sin respuesta militar, ha culminado con la cesión total de la soberanía política a Cuba, que se ha apoderado de Venezuela sin que un militar de su ejército profesional haya disparado un tiro para salvar el honor nacional. Y con la pérdida parcial de la soberanía territorial en la frontera con Colombia por la presencia de las FARC, que ocupan territorio nacional sin que un militar haya disparado un tiro para salvar el honor nacional. No existe en América un caso semejante de fracaso militar, tan asombroso como vergonzoso e inverosímil.
Venezuela es un fracaso económico como lo prueba que dos siglos después de su independencia de España, está peor que entonces: arruinada, al borde de la cesación de pagos, con una moneda sin valor de cambio en el mercado internacional, con una hiperinflación sin control, más endeudada que cuando sus puertos fueron bloqueados por las potencias acreedoras, destruido su aparato productivo, con una escasez creciente de alimentos y medicinas, abandonados los campos, con un desempleo que excede el 60% de la fuerza de trabajo sumándole el informal, con salarios de hambre, con las empresas básicas (petróleo y hierro) quebradas. Un país arruinado con un pueblo empobrecido como nunca precisamente en época de bonanza petrolera, una riqueza proveniente, no del trabajo y el estudio, sino de un accidente de la naturaleza o un regalo de Dios.
Hemos llegado al fondo del abismo. Y desde allí estamos obligados a salir para nunca más caer.
Venezuela es un fracaso total. Dejémonos de cuentos. No nos engañemos más elogiándonos. No lo merecemos. Reconozcamos la realidad. Hagamos una confesión sincera culminando con una autocrítica. No somos un pueblo maldito sino huérfano de una élite dirigente con visión y decisión.
Venezuela es un fracaso político como lo prueba que dos siglos después de su independencia de España la hayamos perdido, para colmo no ante otro gran imperio sino ante una isla arruinada como es Cuba, sin que nadie haya disparado un tiro, todo por algo insólito e inimaginable: la traición a la patria de civiles y militares que debían defenderla. La dimensión de este fracaso político se mide por el hecho de que somos el único país de América bajo el dominio de otro país, y para mayor vergüenza arrodillado ante uno de los más pobres y miserables, lo cual basta para demostrar que hemos descendido a lo más bajo que se puede descender políticamente.
Venezuela es también un fracaso político porque la sucesión de dictaduras padecidas durante dos siglos de vida republicana ha tenido su culminación en la tiranía de los peores. No se trata sólo de una tiranía, que ha sido fenómeno recurrente desde cuando los que se vistieron de militar para conquistar la independencia consideraron que el país les pertenece como una indemnización de guerra que nunca terminaremos de pagar. Los civiles venimos pagándoselas en lugar de España como si fuéramos los derrotados. Es una deuda interminable porque crece en lugar de disminuir, tanto que ni la renta petrolera la ha satisfecho. Pero aún así las tiranías anteriores por lo menos reclutaban a sus colaboradores entre los universitarios mejor preparados, mientras que la de ahora los selecciona entre los menos calificados intelectual y moralmente, que suplen sus carencias con la arrogancia de los patanes.
Venezuela es un fracaso militar, un inmenso y estruendoso fracaso militar, sin comparación en América. En el siglo XIX, conquistada la independencia, los civiles disfrazados de militares se dedicaron a las guerras civiles y a saquear el erario público, mientras Venezuela perdía el Esequibo con Inglaterra y la Guajira, junto con los llanos de Casanare hasta las orillas del Orinoco, con Colombia, todo sin disparar un tiro. Los tiros siempre fueron y siguen siendo contra otros venezolanos. A comienzos del siglo XX no hubo militares que defendieran los puertos bloqueados, de los cuales su único interés estaba en las aduanas. La sucesión de pérdidas territoriales y agresiones imperiales sin respuesta militar, ha culminado con la cesión total de la soberanía política a Cuba, que se ha apoderado de Venezuela sin que un militar de su ejército profesional haya disparado un tiro para salvar el honor nacional. Y con la pérdida parcial de la soberanía territorial en la frontera con Colombia por la presencia de las FARC, que ocupan territorio nacional sin que un militar haya disparado un tiro para salvar el honor nacional. No existe en América un caso semejante de fracaso militar, tan asombroso como vergonzoso e inverosímil.
Venezuela es un fracaso económico como lo prueba que dos siglos después de su independencia de España, está peor que entonces: arruinada, al borde de la cesación de pagos, con una moneda sin valor de cambio en el mercado internacional, con una hiperinflación sin control, más endeudada que cuando sus puertos fueron bloqueados por las potencias acreedoras, destruido su aparato productivo, con una escasez creciente de alimentos y medicinas, abandonados los campos, con un desempleo que excede el 60% de la fuerza de trabajo sumándole el informal, con salarios de hambre, con las empresas básicas (petróleo y hierro) quebradas. Un país arruinado con un pueblo empobrecido como nunca precisamente en época de bonanza petrolera, una riqueza proveniente, no del trabajo y el estudio, sino de un accidente de la naturaleza o un regalo de Dios.
Hemos llegado al fondo del abismo. Y desde allí estamos obligados a salir para nunca más caer.
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"El único tirano que acepto en este mundo es mi propia voz interior." M.Gandhi