Chavología
De la naturaleza del chavismo
Del libro Una segunda opinión. La Venezuela de Chávez, Caracas: Grijalbo-Mondadori, 2000. Un libro hablado con Ibsen Martínez y Elías Pino Iturrieta.
Hugo Chávez en La BitBlioteca
Ibsen Martínez: Para casi la totalidad de los venezolanos fue una completa novedad conocer al jefe de la insurgencia del 4 de febrero del 92. ¿Lo fue también para ti? ¿O estabas al corriente de que había una intentona en marcha, tal como se afirma que lo estaban muchos políticos venezolanos?
Teodoro Petkoff: Antes del 4 de febrero, como se recordará, había muchos rumores, sobre todo respecto de la existencia de un movimiento que se denominaba de los «Comacates»1, de la insatisfacción de los oficiales subalternos, de las quejas acerca de sus condiciones de vida; en fin, había muchos rumores. Y se hablaba, como dicen en la propia jerga militar, de mucho «murmullo» en el seno de las Fuerzas Armadas Nacionales, pero en honor a la verdad, yo supe de Chávez el propio 4 de febrero. De hecho, del golpe me enteré en la noche del 3 para el 4 de febrero de 1992.
IM: Un martes para un miércoles.
TP: Un martes para un miércoles. La noche del 3 yo venía saliendo de una pequeña reunión social en la casa de Demetrio Boersner. Cuando íbamos rumbo a mi casa eran las 12 de la noche. Tomamos la autopista, oímos una plomazón hacia La Casona y bajo el puente de Santa Cecilia, vimos un montón de camionetas de la disip. Me detuve y le pregunté a unos tipos qué estaba pasando.
—Un golpe —me respondieron—. Ahí están atacando La Casona.
Me fui inmediatamente a mi casa y me puse en contacto con la dirección del MAS. En la madrugada fui a Televen e hice un breve comentario condenatorio de la tentativa de golpe, casualmente, inmediatamente después de que lo hiciera Andrés Velásquez, quien también habló en tono condenatorio. Yo creo que todos pensábamos lo que piensa cualquier latinoamericano cuando oye hablar de un alzamiento militar: piensa en gorilas; es como un reflejo condicionado que tenemos todos los latinoamericanos.
Coincidencialmente, ese día yo tenía pautada la invitación a un programa de televisión, de esos mañaneros, en rctv. Fui, no propiamente porque pensase que el programa podía salir al aire, como en efecto no salió, pero me dije que era un sitio ideal para saber qué estaba pasando. Y ocurrió lo siguiente. En un cierto momento, como a las 6 de la mañana, Arias Cárdenas habla desde el Zulia. A mi lado estaba Peter Bottome. El discurso de Arias no me luce propiamente como el de un gorila. Peter Bottome de pronto me da un codazo y dice: «Ese hombre es de izquierda». Bottome había captado también que el discurso no «sonaba» como el de un golpista de derecha. A mí eso me llamó mucho la atención y luego cuando aparece al fin Chávez en televisión, recibo la llamada de un barinés, Luis Velásquez Alvaray, dirigente del MAS en Mérida, que me dice por teléfono muy excitado: «¡Teodoro, ese que acaba de salir en televisión es el “loco Chávez”, el de la juventud!». Yo no sé si se refería a la juventud del MAS o del MIR, pero Luis insistía: «¡El que pegaba los afiches con nosotros en el liceo, en Barinas!».
Ahí tuve la seguridad de que estábamos frente a un golpe de signo obviamente distinto al clásicamente gorila latinoamericano. Si no fue militante de alguna de las «juventudes» de la izquierda, estuvo vinculado con ellas, pues «pegaba afiches con nosotros en el liceo», como decía Luis Velásquez.
Otra evidencia de que se trataba de algo distinto, fue cuando al transcurrir algunos días, comenzamos a ver algunos nombres que tenían una resonancia clara para nosotros, la gente de la izquierda. Por ejemplo, el del mayor Pedro Alastre. El mismo nombre, Pedro Alastre, fue el de un dirigente campesino, miembro del Partido Comunista, un apellido no muy común, de manera que cuando visité más adelante a estos presos, en Yare, le pregunté al mayor Pedro Alastre: «¿Tú eres el hijo de Pedro Alastre?» Y respondió que sí.
Y el mayor o capitán Díaz (no recuerdo bien el segundo apellido), al verme en Yare me dijo: «¿No te acuerdas de mí, Teodoro? Yo soy el hijo del zapatero Díaz Freites» ¿Quién era el zapatero Díaz Freites? Un dirigente comunista de Los Teques, uno de los 2 ó 3 comunistas que había en Los Teques cuando cayó Pérez Jiménez. Su familia estaba vinculada al MAS. Entonces, claro, ¿estamos en presencia de qué? Estos oficiales eran los hijos de los viejos ñángaras, de los viejos comunistas. Y los que no lo eran habían tenido vínculos, sin duda, con distintos sectores de la izquierda.
Fui un día a Yare a visitarlos y tuvimos un larguísima conversación, pues uno podía pasarse allá todo el día. Fue en esa oportunidad cuando conocí personalmente a Hugo Chávez. No conocía a ninguno. Ahí estuvimos todo un día conversando. Esa fue la manera como este venezolano trabó conocimiento personal con ellos.
Elías Pino Iturrieta: ¿Y a qué vas tú a Yare? ¿Sería porque esos nombres, esos apellidos se relacionaban con la vieja izquierda o algo así?
TP: Me llamó mucho la atención que en las Fuerzas Armadas de Venezuela, que tienen un determinado signo ideológico, que en definitiva son producto de estos 40 años también, en cuanto a su formación, a su educación, hubiera aparecido un corpúsculo claramente de izquierda. Vinculado a un pensamiento que me resultaba a mí muy sesentoso, muy vinculado a la época de los 60.
Por supuesto que tenía una suerte de curiosidad, aparte de que sentí la necesidad de un gesto solidario, porque yo he estado preso también. Como en efecto, después del 27 de noviembre, también fui a visitar al San Carlos a Grüber Odremán. Me parecía elemental visitarlo porque Grüber había sido custodio en el Cuartel San Carlos cuando yo estuve preso y habíamos hecho una relación muy cordial. Fue pura y simple solidaridad con el que está preso.
EP: ¿Fue una sola visita a Yare?
TP: Sí, a Yare fui una sola vez. Estuvimos todo el día conversando. Ya se sabía que ellos habían tenido vinculación con algunos sectores de izquierda, y quise satisfacer una curiosidad. «¿Ustedes por qué no hicieron contacto nunca con el MAS? Me llama la atención, porque ustedes hicieron contacto con muchas organizaciones de izquierda».
Y fue Arias quien me contestó: «Porque los vemos como muy integrados al sistema». Resulta interesante que haya sido Arias quien me haya dado esa respuesta, porque su evolución posterior fue la de alguien que comprendió perfectamente bien que si los golpistas querían hacer política eficiente debían participar del juego democrático, «integrarse», pues, y que inevitablemente tenían que cambiar de postura.
IM: Y por ello fue criticado muy duro por el chavismo.
TP: Chávez, por su parte, sale de la cárcel predicando la abstención, y es sólo tres años después cuando percibe que ese camino lo conduce a la marginalidad política. Seguramente el sentido común al final le dijo que por ese camino no iba a ninguna parte y que debía participar del juego electoral. Arias había tenido razón frente al Chávez «duro» pero ineficaz, como todos los «ultrosos». Chávez gana cuando, para utilizar la expresión de Arias en Yare, se «integra» al sistema, como ya lo había hecho Arias en su exitosa campaña por la gobernación del Zulia.
IM: Toda conversación en torno a Chávez, desde que era candidato hasta la fecha, siempre está asociada con la pregunta al «enigma» de cuáles puedan ser sus designios, ¿hacia dónde se dirige? ¿Cuál es tu apreciación? ¿Qué opinión te has hecho a lo largo del tiempo, respecto a Chávez y sus propósitos? ¿Su relación con la democracia es fingida o no?
TP: No es fácil hacer definiciones más o menos tajantes porque siento en él una especie de ambigüedad, como lo he dicho en otras ocasiones. Creo que él tiene el alma escindida. Él es simultáneamente Danton y Robespierre; es simultáneamente «bolchevique» y «menchevique», «girondino» y «jacobino». Probablemente piense que la democracia es un… un…
IM: ¿Un formulismo hueco?
TP: Un formulismo hueco. Supongo que él, en alguna época de su vida compraba esa idea del izquierdismo primitivo, no lo sé. Incluso es posible que todavía tenga ese modo de relacionarse con los valores de la democracia. Al mismo tiempo, siento que, en la medida en que se incorporó al juego
democrático, también su otro lado, su lado más pragmático, comenzó a asumir este en serio. Pero siempre de manera contradictoria, porque su lenguaje, la brutalidad y la agresividad, la intolerancia que muestra, pareciera ser la demostración de que, ciertamente, él no ha arreglado cuentas con su vieja idea de la democracia y que no la hubiera asumido como un valor sine qua non para un proceso que él mismo quisiera que fuera revolucionario.
democrático, también su otro lado, su lado más pragmático, comenzó a asumir este en serio. Pero siempre de manera contradictoria, porque su lenguaje, la brutalidad y la agresividad, la intolerancia que muestra, pareciera ser la demostración de que, ciertamente, él no ha arreglado cuentas con su vieja idea de la democracia y que no la hubiera asumido como un valor sine qua non para un proceso que él mismo quisiera que fuera revolucionario.
IM: Desde esa perspectiva, ¿dirías que cuando prevalece en Chávez el lado que no ha «saldado cuentas», él asume la democracia meramente como un escenario, como un teatro de operaciones y no como una suma de valores?
TP: A veces da esa impresión, pero también, a veces, da la otra. Es decir, da la impresión de que con mucho esfuerzo de su parte, va —digamos— como «entrando» en la idea de que, en fin de cuentas, el proceso que él define tan continuamente como «pacífico y democrático», obliga también a que la democracia sea asumida como algo más que un «teatro de operaciones». Pero, su lenguaje y su modo de comportarse, siguen siendo muy propios de todos aquellos que se definen, o que quisieran actuar como revolucionarios. Ese lenguaje de «tabla rasa», por ejemplo, respecto del pasado —los cuarenta años famosos— se encuentra en los revolucionarios de 1789 en Francia, o en los bolcheviques y en los revolucionarios mexicanos del 10 al 17. Se encuentra también en los adecos del 45. Un discurso que condena en bloque todo el pasado. Como si la necesidad de legitimar lo que se está haciendo y el cambio que se quiere producir, debe hacerse descalificando absolutamente todo lo anterior, porque en nombre de esa descalificación, en nombre de la «ignominia» que fue el pasado, se pueden exculpar errores e insuficiencias y también actuaciones poco democráticas, incluso atentatorias contra los derechos humanos, represivas y/o dictatoriales.
Recuerdo un trabajo de Lenin, su último trabajo, titulado Nuestra revolución. Son tres paginitas que no se me borraron nunca de la memoria y donde dice algo así como: «Más adelante, todas estas miserias, todas estas rudezas y estas crueldades serán comprendidas y serán perdonadas». Esto es: «Estamos actuando en nombre de una voluntad general, que es la que preside nuestros actos y de la cual somos intérpretes. Tenemos razón, somos una vanguardia iluminada y esclarecida que está guiando a unas masas brutalizadas por años de servidumbre, que no ven claro dónde hay que ir. Nosotros les decimos dónde ir. En el camino hemos tenido que aplastar unas cuantas cabezas, pero eso ha sido en nombre de la felicidad que vamos a construir. Por ello, todo será comprendido y será perdonado». Es el lenguaje de Robespierre también. Los siglos que hicieron a Francia no habían sido nada; es decir, la historia de cómo se conformó Francia, desde Carlomagno, desde los galos, toda la historia de la nación francesa, fue borrada de un plumazo; la Convención consideraba todo ese pasado como pura basura. Pero, para no recordar sólo esos grandes ejemplos, el lenguaje deBetancourt en el 45 iba por ahí también. Betancourt tachaba todo el pasado, hasta el golpe del 18 de octubre del 45, como una pura historia oprobiosa.
Creo que en eso Chávez no está descubriendo el agua tibia ni está actuando de manera distinta a como han actuado otros que se han sentido fundadores de una nueva época, que se sentían abriendo paso a una nueva época. Ese es un rasgo más o menos común a todos los que creen que están abriendo nuevas sendas. En su lenguaje eso es muy claro. Por cierto, no es el mismo lenguaje de algunos de los que le acompañan. Tanto militares, como varios civiles, que tienen una comprensión mucho más equilibrada del pasado.
IM: ¿Por lo mismo que trabaron relaciones con los usos democráticos antes que el Presidente y se vieron obligados a trabajar en un ambiente de reglas democráticas?
TP: Tal vez. Pero Chávez todavía puede llegar al punto en el cual le sea posible hacer un juicio equilibrado del pasado, de ese pasado del cual abomina pero del cual también es hijo.
IM: Hay algo que deja ver esa tensión dentro de él que no ha resuelto y se manifiesta cuando, en repetidas ocasiones, Chávez ha dicho: «Si yo hubiese querido, tal o cual situación, la hubiese resuelto manu militari, mas he aquí que estoy condescendiendo». No lo dice de ese modo, claro, pero en todo caso suena como una condescendencia inaceptable.
TP: Pero al mismo tiempo es expresión de esa tensión interior que él vive; «si yo hubiera querido doy un golpe, pero no he querido». ¿Por qué no ha querido dar un golpe? Porque, así sea a tientas, está entrando a comprender que el proceso en las presentes circunstancias sólo puede avanzar por un camino democrático, porque el otro, a pesar de lo que se dice, no es viable. Es decir, él acaricia la idea, e incluso la expone: «Yo hubiera podido dar un golpe», pero al mismo tiempo implícitamente dice: «sin embargo, me digo que no, que no lo voy a dar porque tenemos que avanzar democráticamente». ¿Y por qué? Porque percibe que existen condiciones objetivas que no permiten apelar fácilmente a un zarpazo. Y, finalmente, esto es lo que cuenta.
Al mismo tiempo, no sé si en él hay también una cosa intuitiva o aprendida, muy militar, que es la de mantener siempre a quien llama «el enemigo» en vilo, para no hacerse predecible. Pero te confieso que a mí los ejercicios de chavología, que remiten todo a la sicología del personaje, me parecen divertidos, pero no me interesan particularmente. Me interesa mucho más su conducta política.Aunque es comprensible la chavología. En regímenes poco institucionalizados cuenta mucho la personalidad del líder, más aún si es de tipo caudillesco.
EP: Teodoro, a eso quería llegar. A lo de la conducta política. Él habla de una revolución pacífica y democrática y de cambio total, de tabla rasa. En el caso de Robespierre, que comentabas, no sólo había un lenguaje sino una conducta de cambio. Pienso que eso de «revolución pacífica y democrática» simplemente está en la lengua del Presidente de la República. ¿Tú crees de veras que en el año que lleva Chávez en el gobierno haya habido evidencia de que su comportamiento es el de una pretendida V República «revolucionaria»?
TP: Creo que su conducta política está marcada por la idea de «etapas que hay que cubrir». Para mí resulta evidente que este primer año de su gobierno es la etapa en la que él consideraba necesario completar el desplazamiento total del viejo elenco político de las posiciones de poder y a eso ha dedicado todo su esfuerzo. Por eso todo el período ha estado muy marcado por lo político, por el manejo de lo político por parte de Chávez. Su atención estuvo dedicada fundamentalmente a esto.
Ahora, no es fácil saber qué entiende Chávez por «revolución». Seguramente, muchas de sus ideas corresponden a la mitología revolucionaria clásica, pero, al mismo tiempo, lo creo suficientemente realista como para entender que ese camino no sólo no es viable sino que algo debe haberle enseñado el fracaso soviético.
IM: Al respecto, él insiste en decir que está consciente de que se han acumulado muchos problemas, que hay urgencia, que la calle quiere respuestas a los problemas económicos pero que, por sobre todo, había que actuar en lo político.
TP: Cierto, él lo ha expresado así, verbalmente: «Sí, yo entiendo que son necesarias las medidas económicas. Yo entiendo que es necesario un ajuste económico, pero si no se hace un ajuste político no vamos a poder marchar hacia delante».
Ahora bien, ¿cuál es su idea del «ajuste político»? Obviamente, producir el desplazamiento definitivo del viejo régimen de todas las posiciones de poder, lo que implica una aproximación no convencionalmente democrática al asunto, sino una aproximación revolucionaria —vamos a decirlo esta vez sin comillas—. No se trata, simplemente de ganar unas elecciones y luego gobernar coexistiendo democráticamente con las fuerzas derrotadas, sino de lo que se trata es de aniquilarlas. De lo que se trata es de desalojar definitivamente de todas las posiciones de poder a estos sectores. No se debe olvidar que el gobierno de Chávez, al surgir de un acto electoral y no de fuerza, encuentra un Estado y hasta una sociedad civil dominados por AD y Copei. Chávez tiene el gobierno. AD y Copei tienen el Congreso, el Poder Judicial, la Administración Pública, los sindicatos, los gremios profesionales y hasta las FAN. Hay aquí una contradicción que una mentalidad revolucionaria se plantea resolver. En 1945, AD la resolvió en tres días, disolviendo todas las instancias del poder gomecista por decreto. Chávez no podía hacerlo así porque su «revolución» no surgió de un acto revolucionario, tipo 18 de octubre del 45, sino de un muy «burgués» proceso electoral.
Para mí tengo que la Constituyente fue, no tanto el instrumento para elaborar una nueva Constitución(no creo que fuera exactamente su preocupación fundamental redactar una Constitución —aunque quizás en el camino se le fue volviendo algo importante, el contar con un instrumento constitucional que le permitiera actuar en el sentido de un ejercicio autoritario del poder), sino que la Constituyente proporcionaba el pretexto ideal para, después de ella y después de aprobada la nueva Constitución,producir el último episodio de ese desplazamiento de los viejos equipos de poder, ya que en el trayecto y mediante «actos constituyentes», a medio camino entre lo democrático y lo autoritario, había arreglado cuentas con el Congreso, las legislaturas regionales y con el Poder Judicial.
EP: ¿ Cuál sería ese episodio?
TP: Unas elecciones que él aspira ganar de manera tal que ya no queden entonces ni rastros de AD y Copei en las instituciones de poder. Desplazarlos de gobernaciones, alcaldías, asambleas legislativas y concejos municipales.
Una contradicción como la que mencioné antes sería manejable para una persona que no estuviese inspirada en una idea revolucionaria y que aceptaría, entonces, que ese es el escenario relativamente adverso, pero democrático, donde le toca actuar. Pero, desde luego, ese no es el caso de Chávez. Ese no es su propósito, su propósito es otro: él está inspirado, movido por la idea de que con su gobierno nace una nueva etapa de la historia del país, presidida por una intención revolucionaria. Que eso cuaje o no es otro asunto, pero la intención es esa, y esa intención revolucionaria, para que cuaje, sería, en su óptica, incompatible con el juego democrático de siempre: el Presidente en minoría en el Parlamento, negociando con el Parlamento, gobernadores que presionan por un lado u otro, etc., etc.
La idea revolucionaria, como en el 45 en el caso de AD, está guiada por la del monopolio del poder, pero del poder absoluto. Creo que el ejemplo de AD es demasiado elocuente pues, en el 45, AD, de la mano de los militares, accede al gobierno y se conforma una Junta Revolucionaria de Gobierno. Pero esta Junta Revolucionaria, que presidía Rómulo, ¿qué hizo? Pues barrió absolutamente todo el viejo tinglado político: disolvió el Congreso, disolvió la Corte Suprema de Justicia, disolvió las Asambleas Legislativas, para la época los gobernadores no eran elegidos, pero igual destituyó a los que había y nombró a dedo a los nuevos gobernadores. La capa superior de la Administración Pública fue totalmente desplazada y las capas superiores de las Fuerzas Armadas también. Todos los coroneles y generales que venían de nuestras guerras civiles y sobre todo de la de Castro, fueron mandados a las duchas. A Chávez le ha tomado año y pico lo que AD hizo en menos de una semana. Al aceptar las reglas del juego democrático, Chávez ha visto cómo su poder se solapa con el viejo. Y ha tenido que aceptarlo porque comprendió que no podía imponer reglas de juego revolucionarias.
EP: Pero en el trienio adeco, Teodoro, es evidente que hubo un cambio en relación con el post-gomecismo. Los tres años que siguen al 18 de octubre del 45 terminan en la elección de Rómulo Gallegos, y representan un cambio de conducta de la dirigencia política. El país es otro cuando ocurre el derrocamiento de Gallegos. Cuando se habla de la «revolución pacífica y democrática», ¿puede decirse que ha habido una conducta que nos permita decir, como observadores o como testigos, que en verdad se han sentado unas bases mínimas para la supuesta revolución pacífica y democrática? La conducta del Presidente, la conducta de sus cúpulas ¿dejan ver que de verdad esto está orientado hacia una revolución y a una República nueva y distinta de la Cuarta República?
TP: En la esfera meramente política, no se puede negar que han sido desplazados los viejos partidos y que están reducidos a la nada —más que por la propia fuerza de Chávez, por su propia degeneración, porque se suicidaron. A lo largo de los últimos 20 años perdieron todo contacto con la realidad, se hicieron autistas y en cuanto apareció un agente catalítico que pudo precipitar lo que en la mente de los venezolanos estaba bullendo, ese «vengador» fue ungido por el pueblo como presidente. Pero, desgraciadamente para él, para Chávez, el movimiento sobre el cual se apoya, el movimiento político que lo acompaña, es un amasijo de viejos routiers, como se dice en francés, de la política venezolana. Veteranos, muchos de ellos «maleados» por la vieja politiquería. En el cambio político habido, los protagonistas se parecen demasiado, en su conducta, a los adecos y copeyanos desplazados del poder. Al «integrarse» al sistema tuvo que construir un partido. Y lo hizo con los restos de la izquierda «borbónica» y con miles de oportunistas adecos y copeyanos que hoy portan boina roja.
IM: A ver, ¿podrías elaborar eso un poco más?
TP: Algunos de ellos en lo personal son probablemente muy honestos, pero hechos a todas las trapisondas de la vida política última; todos o casi todos han sido parlamentarios, han participado del rejuego parlamentario y de las combinaciones, y de los acuerdos «cupulares podridos». ¡Todos! Y no estoy hablando solamente del MAS y del PPT, que han estado en el Parlamento y en los concejos municipales, y han tenido gobernadores, y han hecho lo que la política aquí ha vuelto rutinario, sino que incluyo en esta caracterización al propio MVR. El MVR, casi toda la parte civil del MVR, ya lo dije, es una aglomeración de viejos izquierdistas, náufragos de todos los partidos de izquierda y hechos a la cultura «preconciliar» de la izquierda, a la cultura marxista-leninista clásica, tradicional, que tiene una visión dictatorial y antidemocrática de la sociedad y del cambio social.
IM: ¿O del Canciller Rangel?
TP: Ese es un caso distinto, porque él no viene de esa izquierda. Me refiero a los que vienen de la izquierda «preconciliar», que en otras ocasiones he llamado «borbónica» porque como los Borbones, «ni olvida ni aprende». ¡Algunos de ellos llegaron a decir que con Chávez comenzaba la reconstrucción de la Unión Soviética, que era el primer paso hacia la reconstrucción de la Unión Soviética! Su visión, su cultura política, es la cultura de la dictadura del proletariado. Bueno, parte de todo eso está allí, en el MVR y en el Polo Patriótico.
De tal modo que esa es el ala, digamos, civil. Y el ala militar proviene de unas Fuerzas Armadas que han sido un foco de corrupción colosal en la vida venezolana. ¿Por qué Chávez se desesperó cuando le llevaron las noticias de que en las aduanas las cosas ahora estaban peores? Según dicen —me contaron la anécdota y la creo— Chávez exclamaba: «¡¿Cómo puede ser? Si ahí puse a los muchachos míos, a los que se alzaron conmigo?!». Bueno, resultó que los tipos los tres primeros meses limpiaron de corrupción las aduanas, pero tres meses después estaban ya, como dicen,metiendo mano. Se alzaron contra la corrupción, pero la cultura de esta los había envenenado.
El movimiento sobre el cual Chávez se apoya guarda relación con ese viejo país, es un movimiento que, cuando no está maleado, tiene concepciones de un anacronismo político verdaderamente pasmoso. Y donde hay también muchísimas malas mañas. Entonces, claro, de un lado se puede percibir que hay una «actuación revolucionaria»: el acto constituyente con el que se hacen designaciones —digamos— «a la revolucionaria», y con el que se busca para Fiscal, Contralor o Defensor del Pueblo entre «los nuestros» y se designa un Consejo Nacional Electoral de «los nuestros» y se designa una Corte Suprema de «los nuestros», porque esto es «la revolución», es «el cambio».
Pero cuando se examina detenidamente a muchos de «los nuestros», lo que se ve es un mero cambio de elenco, nada revolucionario, porque muchos de «los nuestros» son probablemente carne de presidio, por así decir, iguales a cualquiera de los corruptos de los que estuvo plagada la historia, la historia reciente de los famosos 40 años.
Ahí «la revolución», puesta en este plano de mero cambio de elenco, de simple cambio de protagonistas, empieza a mostrar las costuras. Se empieza a percibir gente para la cual la idea de un cambio revolucionario es lo menos importante, y lo más importante es el cobro de sus pequeños agravios, es la venganza, es el sectarismo en el comportamiento político. Esta es una limitación tremenda para el movimiento que el Comandante quisiera que fuera la locomotora de un proceso revolucionario «pacífico y democrático».
IM: También hay «novatos», vamos a decir, incontaminados con ese pasado, en ese movimiento, Teodoro. Y hay mucha gente que dice que tenemos que pagar el aprendizaje de esos novatos, que la sociedad tiene que pagar ese aprendizaje porque ellos acaban de llegar.
TP: No digo que todo el mundo sea así. Ahí hay una gente en la cual yo veo un fuego revolucionario, por así decir, enteramente sincero y honesto. A estos muchas veces procuré llamarles la atención, en mis editoriales en El Mundo, acerca del sectarismo y la intolerancia que mostraban, sobre todo algunos de los jóvenes militares que estaban en la Constituyente, pero a los cuales veía entonces referirse con mucha repugnancia a ese tipo de prácticas corruptas o «cogolléricas». «Esto no es para lo que nos alzamos». Desgraciadamente, muchos de los militares de la Fuerza Armada en la que Chávez quiere fundar uno de los puntos de apoyo principales de su régimen no resisten un detector de mentiras.
EP: ¿Esos revolucionarios del 4 de febrero son distintos de los revolucionarios de noviembre, que también están formando parte de esa revolución pacífica?
TP: Inicialmente lo fueron. Al golpe del 4F, vamos a identificarlo como ubicado hacia la izquierda. El del 27N fue de derecha.
Mi opinión es que el golpe del 27 de noviembre fue movido por las mismas razones, esto es, contraPérez, y con el mismo tipo de planteamiento ético-moral que es propio del 4F, pero políticamente era de derecha. Tengo cierta impresión, no lo puedo asegurar completamente, que el del 27 de noviembre también podía traducir algo así como: «Vamos a apresurarnos a alzarnos porque lo que se alzó antes no nos gusta nada».
Después, en el camino, como ocurre tantas veces, comenzaron a converger las dos posiciones. Como, por ejemplo, cuando nosotros estábamos alzados en los años 60, a las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional vinieron a parar luego los militares de derecha que se habían alzado en septiembre del 58, Moncada Vidal y algunos otros. Se comienza por una aproximación pragmática y luego el discurso mucho más articulado y consistente de la izquierda atrae a los nuevos «compañeros de viaje».
EP: Teodoro, tú tenías un programa de radio en esa época —si no recuerdo mal— y a veces retransmitían por allí mensajes o quejas o preocupaciones de Yare cuando estaba preso Chávez. Puede suponer uno que no se limitó la relación a esa visita que contaste, sino que hubo una especie de canal con la población, con la sociedad, a través de ese programa, de manera que Teodoro deja de ser un visitante común y corriente, no para convertirse en miembro de la familia, pero sí hubo una cercanía en adelante.
TP: Mira, ellos podían utilizar el programa como un canal para hacer saber quejas, pero la verdad que con Chávez y su grupo yo no tuve después de esa visita, ninguna relación de tipo político. Pero, desde luego, mi programa de radio sí les daba espacio a sus planteamientos.
EP: Y cuando fuiste ministro y Chávez ya estaba libre y en la palestra, ¿no hubo contactos?
TP: Cuando fui ministro vi varias veces a Chávez. Curiosamente, en una oportunidad, Chávez me llamó para que lo ayudara a conseguir la visa norteamericana, porque lo habían llamado para hacer el programa de televisión de Jaime Baily en Miami. En efecto traté de ayudarlo, llamé al Embajador y le planteé el asunto. Pero la rigidez burocrática de los gringos se impuso en ese caso.
—Este es un golpista —me dijo Maisto.
—¿A cuántos golpistas no les han dado ustedes visa para que vivan en EUA? —le repuse.
Hasta me dijo: «Es que aquí hubo sangre», y le dije: «Pero, el hombre está en plan de incorporación a la vida democrática, ¿cómo es posible que todavía existan esos anacronismos en la conducta de ustedes?».
Total, que no le dieron la visa; se la dieron después que ganó las elecciones. Pragmatismo. Y durante su campaña, a través de José Vicente, también tuvimos algún encuentro cuando uno de los bancos americanos, J.P. Morgan, con ocasión de la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional que se celebró en Washington en 1998, el último año de Caldera, quiso hacer una presentación televisada con Chávez, desde aquí, por supuesto, y me pidió que los ayudara. Hablé con José Vicente, y tuvimos una larga conversación José Vicente, Chávez y yo para preparar algunos de los temas. Se avino a varias de las recomendaciones que le hice acerca de algunos puntos, de cómo tratarlos para que pudieran ser bien comprendidos. De hecho, me lució muy razonable y dialogante. En petit comnité no se parece en nada a ese tipo intolerante y agresivo del discurso en público.
EP: Y se llegó a decir ya en la transición, cuando Chávez gana las elecciones que gente del equipo de Caldera se iba a quedar con él. Maritza Izaguirre en efecto se quedó. Y también se especulaba en la calle que a Teodoro Petkoff le habían ofrecido el Ministerio de Hacienda. ¿Llamó Chávez a Petkoff para encargarle Hacienda?
TP: No, no fue verdad. En esa conversación a la que aludí, discutimos su intención de que si ganaba le entregasen esa misma noche. Yo decía: «Mira, Chávez, primero, hay una Constitución. Tú pretendes hacer otra pero hay una que está vigente y que establece unos lapsos, no hay ninguna necesidad de que saltes esos lapsos. Vas a necesitar esos dos meses, y vas a ver que se te van a hacer cortos, porque tú vas a tener que hacer viajes, vas a tener que contactar gente, vas a tener que armar un equipo de gobierno, porque tú no tienes un equipo de gobierno, tú no tienes un ministro a estas alturas».
Entonces, riéndose, me dijo: «Sí, tengo uno: tú». Pero obviamente se trataba de una broma. Me acuerdo que José Vicente, a propósito del tema, en ese momento comentó algo así como: «Sí, esto de que te entreguen la misma noche de las elecciones hay que pensarlo otra vez». Probablemente discutieron el punto, porque de la retórica de Chávez desapareció el tema de que si ganaba le tenían que entregar el mismo día. Por cierto que, también le dije que era bueno hacerle una visita al Presidente. «Eso es una cosa de cortesía, todos los candidatos lo hacen».
Y decía Chávez: «Es que yo no voy a Miraflores sino cuando gane. Pero yo le he mandado a decir a Caldera que quiero hablar con él». Le pregunté: «¿Dónde te reunirás con él? ¿debajo de un puente? ¿en un restaurante? Porque él es todavía el Presidente de la Républica. Si tú quieres hablar con él, Caldera te mandará a decir que lo visites en Miraflores o en la Casona».
IM: O como garganta profunda; podían verse en un estacionamiento (risas).
TP: Volviendo a la pregunta: no me propuso Hacienda ni ningún otro ministerio y creo que la razón es obvia: Políticamente, eso no habría tenido explicación. Por lo demás, yo tampoco habría aceptado. En cambio, me pidió ayuda para convencer a Maritza de que le aceptara el Ministerio de Hacienda. Lo ayudé, desde luego, y creo que algo influí en la decisión de ella, que me parecía conveniente para la continuidad de la política fiscal.
EP: Teodoro, tú hablaste ahorita de eso, de que él tenía que formar un equipo, y hace poco se habló de la procedencia de ese equipo, de la competencia profesional y de la conexión con la realidad ¿Qué opinas tú del gabinete que logró montar el Presidente Chávez?
IM: Yo quisiera añadir algo a esa pregunta. Las relaciones de Chávez con cierta porción del mundo de la UCV y de Cendes.
TP: Quizás podría contar un poco cómo se desarrollaron esas relaciones porque soy testigo de algunos episodios que condujeron a la creación de ese vínculo. Mira, mira esa casa de las rejas verdes [Petkoff señala ventanas afuera], ahí donde está parada esa camioneta roja, ahí vive Giordani. Aquí los mamadores de gallo de esta callecita, que es ciega, dicen: que la camioneta de Cordiplan lo que hizo fue cambiar de acera. «Tremenda revolución». Me contó la anécdota personalmente. Conozco a Giordani desde hace muchísimo tiempo. Es un hombre que estuvo en la periferia del MAS, ¡hasta dos libros sobre el MAS escribió! Giordani me contó que después del golpe del 4F, un grupo de profesores universitarios, probablemente con la misma curiosidad que yo tuve de ir a Yare, decidió visitar a los presos.
Cuenta Giordani que fueron y estuvieron todo un día ahí, y que cuando iban saliendo Chávez lo llamó y le dijo: «Profesor, estoy haciendo mi tesis de una maestría en Ciencias Políticas en la Universidad Simón Bolívar, y quisiera que usted fuese mi tutor». Giordani aceptó muy gustoso y eso lo hizo frecuentar Yare con más asiduidad, justamente para trabajar en la tesis.
IM: ¿En la tesis?
TP: Bueno yo no sé si trabajarían en la tesis o en un programa de gobierno. Lo cierto del caso es que Giordani se hizo habitual de Yare y, por lo visto, forjaron una amistad muy estrecha y claro, allí nació ese aprecio que evidentemente Chávez tiene por Giordani. Lo designó jefe de la política económica. Ustedes recordarán que en la campaña electoral, cuando a Chávez le preguntaban: «¿Quién es la gente con la que va a gobernar?» él mencionaba siempre dos nombres, nada más: Giordani y Ciavaldini. Ciavaldini y Giordani.
¿De dónde sale Ciavaldini? En un momento de esos, luego del 4 de febrero, cuatro amigos míos, Manuel Quijada, Víctor Córdoba, Alwilson Querales, y Héctor Ciavaldini, todos compañeros desde los 60, compañeros de prisión, y vinculados al MAS —bueno, Manuel no, pero Manuel fue compañero de prisión de todos nosotros en los años 60, participó en el Porteñazo—, me invitaron a una conversación. Nos vimos en la casa de Víctor y el planteamiento fue, el propio Héctor Ciavaldini lo hizo: «Nosotros creemos que esta gente ha abierto un camino, vamos a ir a Yare a ver qué tienen en la bola». Bueno, fueron, y ahí quedaron ligados para siempre, por lo visto. Por cierto, apartando el hecho de que Ciavaldini es lo que uno llamaría un «terciazo» y de que es un buen profesional —es químico— luce como excesivo haber colocado esa enorme transnacional que es PDVSA en manos de, quien como él, no poseía ninguna experiencia ejecutiva o gerencial. De otro lado, él siempre fue audaz, y al aceptar PDVSA lo demostró. Al amigo le deseo que lo haga bien. Pero no le escondo, también al amigo, mi escepticismo. Por otro lado, Héctor luce mucho más cercano a los intríngulis de la economía moderna, menos dogmático que, por ejemplo, Alí Rodríguez, quien, por lo demás —como todo el mundo reconoce— es uno de los pocos ministros que conoce su negocio y se maneja bien.
IM: Forzando la metáfora, ¿la UCV es la AD de estos golpistas?
TP: ¿La UCV, como institución? No, no lo creo.
EP: A menos que la cosa venga por los lados de Héctor Navarro y la gente con la que él va a poblar el Ministerio de Educación.
TP: Sí, claro. Después, seguramente, pues el propio Giordani ha sido un facilitador de los vínculos con muchos profesores de la UCV. Pero, bueno, quiero decir que ahora, al margen de las personalidades involucradas en este asunto, este año de gobierno ha mostrado que el equipo en su conjunto no está a la altura del cometido que se ha planteado. Eso me parece a mí evidente y no sé cómo lo evaluará Chávez. Quizá lo sepamos cuando produzca nuevos cambios, pero creo que si con ese equipo se quería mostrar una intención de cambio en el modo de conducir el país, no lo logró en este año. Está bien, entiendo que Chávez se dedicó a la política y se dedicó solamente a suConstitución y a su Constituyente y a aplastar definitivamente a Acción Democrática y a Copei, pero sus ministros, francamente...
A estas alturas del juego, se ve que muchas de las áreas atendidas por estos ministros no son propiamente un modelo de eficiencia, de avance en el sentido de superar lacras y vicios del pasado. Es un equipo bastante mediocre, pues, independientemente de que algunos de ellos sean gente muy respetable, en varios hay un dogmatismo típico de la vieja cultura de la izquierda que me parece muy peligroso; una intolerancia de entrada frente al mundo que no es el de ellos, intolerancia que no me gusta para nada.
IM: ¿Tú dirías que es un gobierno de profesores universitarios, de ministros que no tienen experiencia alguna de gobierno de ningún tipo?
TP: Eso es visible. Varios de ellos no muestran experiencia en la conducción de asuntos públicos ni en la gerencia pública. Hay mucha debilidad en ese sentido. Eso se aprende, claro, pero el aprendizaje está resultando costoso.
EP: Esa posibilidad, la de que mientras Chávez se ocupa de la política, los ministros se ocupen del país no me acaba de entrar en la cabeza. No sé cómo funciona el Presidente con los ministros, pero a mí me da la impresión que dependen muchísimo de la presencia y de la supervisión del Presidente de la República.
TP: Ser Ministro de Chávez debe ser difícil. Debe ser de ese tipo de dirigente que deja poco espacio para la iniciativa individual, y que después se queja de que la gente no tiene iniciativa («tengo que hacer yo todo») pero es que su estilo es absorber. Siento que el número de aquellos de su gabinete que le dice «no» en alguna oportunidad debe estar reducido ya a poquísima gente, poquísima, si es que queda ya alguno que se atreva. Se ha ido creando una relación de la cual la expresión más grotesca son esas comparecencias en televisión de Chávez, donde sienta al gabinete para interpelar a sus ministros. A mí me parece patético, realmente patético, el rol que cumplen allí, de comparsas: «¡Oye, fulano, tú que eres tan buen cocinero! ¡mengano, tú que eres abogado!». A Ignacio Arcaya lo ridiculizaba inmisericordemente. No se cómo Ignacito se la calaba. Lo del lapsus brutis con José Vicente es insólito por lo desconsiderado.
Hay algunos a quienes la incomodidad se les ve en la cara. Yo mencioné en alguna oportunidad en El Mundo que a Raúl Salazar y a José Vicente se les veía la incomodidad en la cara, en esas reuniones.
EP: De ese equipo, Teodoro, pareciera que hay dos personas muy próximas al Presidente que son Miquilena y Rangel.
TP: Sí, eso está claro. Esos personajes, junto con Chávez componen el super-cogollo que toma decisiones. En todo caso, es con quienes habla Chávez. Una de las grandes diferencias entre este proceso y el del 45 es que en el de 1945, en fin de cuentas, a pesar de los errores que pudiera haber cometido en la administración de su enorme fuerza, AD era un verdadero partido, pero además era una constelación de luminarias, una gran organización, con programa y proyecto de país. No solo un gran jefe, Betancourt, y una manada de borregos, como en el MVR. No, señor, Betancourt era realmente el primero entre sus iguales y sus iguales eran gente de muchísima personalidad, y para la época constituían una muy brillante élite. Nadie sabía más de educación que el viejo Prieto, que estaba ahí; nadie sabía más de petróleo que Pérez Alfonzo. Uno recuerda a la gente que era el CEN de AD entonces: Gonzalo Barrios, Leoni, Ramos Jiménez, Carnevali, Ruiz Pineda, Domingo Alberto Rangel. Este símil de que el MVR es la AD del siglo XXI hay que ponerlo en remojo. A menos que se parezcan en vicios y defectos, que el MVR tiene todos los de AD, sin ninguna de sus virtudes.
En el 45 estábamos en presencia de un partido que se había construido y macerado a lo largo de años, que tenía un cuerpo doctrinario propio, un proyecto de país, en fin; y Betancourt era alguien que tenía interlocutores en el partido. Betancourt debía discutir con su partido y convencer o ser convencido a la hora de tener una posición. Aquí, francamente, Chávez no tiene interlocutores en el MVR. No los tiene ni civiles ni militares. Chávez con el MVR se relaciona forzosamente, aun si no quisiera, desde una perspectiva de jefe militar, es decir, no puede sino dar órdenes porque alrededor de él no hay nadie que pueda decir: «Un momentico, Comandante, yo no estoy de acuerdo con eso, vamos a discutirlo». Con los otros dos partidos, su relación es más bien turbulenta. Al MAS definitivamente lo desdeña, no le tiene confianza y no es interlocutor de él. Y en el PPT hay algunas individualidades con las que él se entiende bien, pero por supuesto, estas individualidades se han ajustado a la personalidad de Chávez. Aunque el PPT no tiene esa obsecuencia oportunista del MAS. El PPT podría llegar hasta la ruptura con Chávez.
IM: La relación es mutua, porque ellos siempre entran en contacto con él para consultarle, para pedirle anuencia…
TP: Claro, y además lo dicen sin recato: «La última palabra la tiene el Presidente». La última y la primera también.
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