¡Chávez, eres eterno!
Así lo gritó ayer en Caracas un imposibilitado desde su silla de ruedas. “Después de Dios, él”, añadió una paisana haciendo cola para saludar el arcón con los restos del extinto comandante en jefe. Mil y una escenas entre el llanto, la exaltación y la ofrenda de la vida propia con que muchos fieles conllevaron su enfermedad siempre velada.
Son los efectos del paso de un líder por un pueblo asolado; de aquel comandante con vocación de espadón que se levantó en armas contra el presidente Carlos A. Pérez; del conductor de una revolución pret a porter manufacturada por la inteligencia cubana; del dictador que juró “sobre esta Constitución moribunda que haré cumplir…”, en fin, de un todo un personaje que parecía salido del realismo mágico propio de aquellas latitudes.
Pero a su vez Chávez fue efecto de la autodestrucción de su país, socialmente roto, éticamente podrido por la corrupción –la maldición del oro negro- y políticamente asolado. Suele suceder cuando la institucionalidad quiebra desde dentro. El poder queda en el suelo a merced del más osado, de quien en alta voz dice lo que se quiere oír tras el “hasta aquí hemos llegado” gritado por todo un pueblo.
Personaje cien veces más complejo que el estereotipo que suele acompañar a los caudillos. Pagó lo que no está en los escritos por rehacer el mundo de Bolívar sin tener demasiado que ver con el personaje ni con su espíritu. Su determinación le llevó a pensar que al cabo de doscientos años nadie iba a perder tiempo en querer saber cómo fue aquello; hagamos como pudo haber sido y reconstruyamos con el petróleo nacionalizado el puzle americano de la Gran Colombia que Bolívar no pudo consolidar; la patria bolivariana sobre los escombros de aquellos mismos pueblos hoy desunidos y todo ellos a la búsqueda de redentores.
Usó el petróleo como fertilizante de su campaña, o de salvavidas en el caso de Cuba, y desatendió la reconstrucción de su propio país. Atendió las necesidades perentorias de los parias que hoy le lloran pero no hizo nada por revertir las consecuencias de sus inmensas reservas petroleras. Hace ya algunos años queJeffrey Sachs, profesor de Columbia, demostró empíricamente la relación negativa entre la abundancia de recursos naturales y el crecimiento económico. Hay variables más decisorias, como el nivel de renta del que se parte, tasas de inversión, burocracia eficiente o la apertura comercial; precisamente las carencias básicas de los países bendecidos –es un decir- por la gratuidad de recursos naturales.
Hoy sus milicias, seguidores, deudos y, sobre todos, la Cuba castrista temen que en pocos meses los Correa, Morales y Fernández comiencen a tirarse los barriles a la cabeza y arruinen la lluvia de petrodólares que alivia sus penurias. El hombre puesto por Castro, Maduro, ya dio su primer golpe arrogándose la función presidencial que constitucionalmente no le corresponde. Así, de golpe en golpe, el futuro no es cosa fácil de predecir.
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