sábado, 8 de junio de 2013

La dialéctica de la inmundicia - Antonio Sánchez García

Antonio Sánchez García 

Seguía la ley del materialismo dialéctico de los ladrones y macacos asesinos de Costaguana: no hay mejor y más eficiente método para tapar inmundicias que otra carretonada de inmundicias ni forma más operativa de encubrir escándalos que con un escándalo exponencialmente mayor
ND



No son los actos estrafalarios, los golpes de efectos o las boutades, como llaman los franceses a las salidas de madre, lo que le ha faltado a Venezuela en estos tres lustros. Han sobrado. Y tanto, que uno comienza a comprender que pertenecen a la naturaleza del país. Aquel que Joseph Conrad intentara describir en 1903 en una de sus más extraordinarias novelas, Nostromo, y bautizara con un nombre de evidentes resonancias criollas como República de Costaguana, capital Sulaco, y del cual uno de sus personajes, don Pepe, quien según propia confesión habría combatido bajo las órdenes del general Páez, dijese: “No es extraño que merodeen bandidos en el Campo cuando en el gobierno de la capital no hay más que ladrones, petardistas y macacos sanguinarios…”
En nuestra República de Costaguana, evidentemente gobernada por ladrones y macacos sanguinarios, tales actos abundan. Como quedara de manifiesto en la prehistoria de esta inmundicia de macacos y asesinos cuando, aún en vida del caudillo y mientras nadie osaba siquiera imaginarse que tenía los días contados, el magistrado Aponte Aponte nos entregara la más descarnada confesión de la pudrición ad infinitum de todo el sistema judicial, las reuniones de gabinete en que se montaban listas de sujetos dignos de ser perseguidos, apresados y, si el caso fuere necesario, asesinados a mano de los macacos sanguinarios que controlan los poderes, manejan y amañan juicios, aseguran el tráfico de armas y narcóticos enriqueciéndose favorecidos por altos oficiales de las fuerzas armadas. Involucrados en tales eventos.
De Aponte Aponte, como del venezolano de origen sirio Walid Makled, el Kingspin de la coca a escala planetaria y supuestamente detenido y condenado al silencio perpetuo en alguna mazmorra del régimen en condiciones dignas del Hombre de la Máscara de Hierro, nos olvidamos todos: gobierno y oposición, la decencia y la indecencia nacional. Hasta la DEA y el Departamento de Estado, del que algún ingenuo opositor esperó acciones contundentes y plenamente justificadas, como declarar forajido al gobierno de Hugo Chávez, con todas las consecuencias económicas y políticas del caso.
Ese caso, reflejo mejorado del otrora famoso caso del fiscal Danilo Anderson, el retrato hablado de cuyo supuesto asesino intelectual continúa disfrutando si no del prestigio y la honra nacionales – se le dibuja a diario como el ser más pernicioso, corrupto, perverso y ruin engendrado en algunos de los oscuros rincones del Gomecismo – pasó a la historia sin pena ni gloria.
Y como ese, otros asesinatos vinculados a las mafias “de ladrones, petardistas y macacos sanguinarios” que ya aburren al imaginario de los sucesos nacionales. No se hable de los desfalcos, traslados de lingotes de oro, fraudes electorales y toda suerte de ruines y viles procedimientos que nos aproximan a ese imperio del mal poseído por el Rey Leopoldo de Bélgica, el Congo Belga, que explotara a discreción, poseyera como una empresa privada de su exclusiva propiedad, explotara y bañara en sangre en una de las operaciones colonialistas más repugnantes de la historia. Objeto de otra maravillosa novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, llevada al cine bajo el nombre de Apocalypsis Now.
De este jaez fue la acción ordenada por el último macaco sanguinario, saldada con narices rotas, pómulos fracturados y otras linduras muy propias del Congreso de nuestra República de Costaguana, según conocimiento del planeta entero. Una acción del cual sólo hampones y macacos sanguinarios podían vanagloriarse como en efecto lo hiciera el hampón congresal que luego de esa insólita acción de matonaje propio de un portero de un prostíbulo haitiano dijese que lo volvería a hacer gustoso, si las circunstancias se lo ordenasen. Sin que el capataz de tal recinto – en rigor el dueño de la circunstancia – sintiese una pizca de remordimiento o el más mínimo deseo de darle a sus mesnadas parlamentarias algún tinte de apariencia asamblearia.
Como bajo la epidémica acción de los derrumbes sufridos por regímenes en estadios terminales, tales actos de incuria, criminalidad e indecencia se hacen más repetitivos, reiterados y próximos, no habían transcurrido ni dos semanas para que Sulaco se viera anonadada por las revelaciones de un esbirro mediático, agente de la miserable “potencia extranjera” – isla en estado de anorexia – que vive de las tetas de Costaguana y que decidiera poner a funcionar el ventilador para no dejar cabeza gobernante con sombrero, ni poderoso del régimen sin sus correspondientes salpicaduras.
Seguía la ley del materialismo dialéctico de los ladrones y macacos asesinos de Costaguana: no hay mejor ni más eficiente método para tapar inmundicias que otra carretonada de inmundicias ni forma más operativa de encubrir escándalos que con un escándalo exponencialmente mayor. Viéndose el aspersor, sepa Dios bajo qué instigación nacional o extranjera y persiguiendo qué propósitos desestabilizadores, obligado a dirigir su andanada excremental hacia el otro clan de la misma tribu costaguanera y su líder, el macaco asesino de la Asamblea de Sulaco. Todo lo cual dentro de la dinámica revolucionaria, según la cual, como lo confesara Robespierre entre cabezas degolladas y ríos de sangre, “la revolución devora a sus hijos”.
A riesgo de pergeñar hipótesis absurdas, me inclino a pensar que tan alta frecuencia de escándalos, latrocinios y atentados terroristas persiguen, como en las truculentas escenas de los museos del Horror, provocar la parálisis de las buenas gentes de Costaguana, inducir la apatía, el adormecimiento y la abrumadora catalepsia que pueden llegar a generar en las conciencias libres de siniestras psicopatologías los grandes horrores. Cuenta el gran dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht con amargura el doloroso impacto que provocada en el exilio saber de la muerte de un conocido bajo la hoz del nazismo. Y la indiferencia, si no la apatía, con que se recibían las noticias de decenas de miles de gasificados.
Es la perversa dialéctica de la cantidad que desfigura la calidad de los horrores y perversiones del totalitarismo.
@sangarccs

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